Las Bienaventuranzas de los que viven en Dios, en medio del mundo.

Las Bienaventuranzas de los que viven en Dios, en medio del mundo.

DOMINGO 4 del Tiempo Ordinario - Ciclo "A" - 30 de Enero de 2011 - Las Lecturas de hoy nos hablan de las llamadas “Bienaventuranzas”, que es aquella lista de motivos de felicidad que nos da el Señor en el Sermón de la Montaña, al comienzo de su vida pública, y que hoy nos narra el Evangelio de San Mateo (Mt.4,23 5-12). Analizadas las Bienaventuranzas desde un punto de vista meramente humano, podrían parecernos una verdadera contradicción. Pero ya se había anunciado de Jesucristo en el momento de su Presentación en el Templo, que había venido “para ser signo de contradicción” (Lc. 2, 34). Y uno de los discursos del Señor en que se palpa bien este anuncio es precisamente el de las Bienaventuranzas. Todas las Lecturas de hoy, incluyendo el Salmo 145 nos llaman también a esas actitudes virtuosas -aparentemente inhumanas- que nos llevan a la bienaventuranza, a la verdadera felicidad.
“Busquen la santidad, busquen la humildad”, nos dice el Profeta Sofonías en la Primera Lectura (So 2,3: 3, 12-13). San Pablo en su Carta a los Corintios (1Co. 1, 26-31) nos habla de esa humildad, de esa sencillez que pide el Profeta Sofonías y que Cristo ratifica en el discurso de las Bienaventuranzas. Y lo hace San Pablo hablando claramente del peligro de confiar en “criterios humanos”. Entre los que han sido llamados por Dios, nos dice, “no hay muchos sabios, ni poderosos, ni nobles según los criterios humanos. Más bien Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles de este mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes, a los que no valen nada, para que nadie pueda presumir delante de Dios”.Así son los criterios de Dios. Esto es posible cuando él está presente en la vida concreta del cristiano y de todo hombre o mujer de buena voluntad.
Es la presencia activa de Dios en la historia cotidiana de los hombres y mujeres la que hace posible darle una dimensión liberadora al dolor, a las miserias que atormentan la existencia humana. La humildad nos permite conocer las verdaderas posibilidades de nuestra naturaleza humana, nos hace descubrir que la grandeza de Dios no nos aplasta, no tiene ese sentido el poder divino. La pobreza existencial que penetra al hombre desde sus mismas raíces, sólo en Dios dejará de ser una causa de dolor sin sentido. Lo que mata al hombre es el sin sentido. Esto no es una mera ideología, es una realidad que hace efectiva y sincera una sonrisa o una esperanza de una madre que lo dio todo por sus hijos y ahora se está muriendo con un doloroso cáncer terminal. No cuestiona, no necesita hacerlo, tiene la suficiente pureza, para ver a Dios a su lado; tuvo misericordia para comprender a los suyos y a otros, ahora experimenta la misericordia misteriosa de Dios. Sufrió y lloró ante la presencia de Dios. No pudo explicarse el porqué de sus males, pero creyó que no estábamos solos en este universo. Dios está presente en su agonía. Su muerte no será un absurdo. Es una bienaventurada.
Esto es creer en Dios. No se trata de creer en su existencia sin sentirse involucrado con él. No basta creer, necesitamos amar a Dios, confiar en él, vivir en él. El dolor de todo tipo, no desaparece pero el misterio de la encarnación lo ilumina. Esto se cree o no. Esto se vive o no libremente. Los que lo viven son bienaventurados. Han encontrado la justicia de Dios, son saciados por la misma vida de Dios, en medio del mundo. Se alegran con lo verdaderamente humano y lo verdaderamente divino. No se hacen adictos a consuelos parciales. Son modelos de líderes espirituales. ¡Qué grave es el mal ejemplo de un sacerdote alcohólico que no nos da un testimonio de ser un bienaventurado!
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    Presentación

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