UNA TEOLOGÍA COMUNITARISTA DE LA LIBERACIÓN.

UNA TEOLOGÍA COMUNITARISTA DE LA LIBERACIÓN. Los laicos católicos vivimos en el mundo, sin ser promotores de un “mundo sin Dios”. Pero, el “mundo humano”, de los pobres y de los ricos; el mundo de los eco-sistemas; el mundo de los poderes económicos y políticos; el mundo de la cultura de la diversidad global, afecta la intimidad misma de la fe que ilumina y orienta la vida cotidiana. No somos “a-mundanos”. Tenemos mundo e historia. No podemos ser neutrales, frente a los problemas ecológicos o ambientalistas o socio-económico-políticos o culturales y ético-humanos. Porque la fe cristiana que decimos profesar o vivir, implica una “concepción del mundo y de la vida”. No es difícil detectar los problemas que marcan a nuestras sociedades, criticar es muchas veces demasiado fácil. Anticiparse en algunos casos e iniciar procesos reales de solución a estos problemas es poco frecuente entre nosotros. El fracaso de las grandes ideologías se debe a que no tienen respuestas actuales a los problemas de hoy. Para algunos agitadores es casi imposible aceptar que el suelo que pisan y que es la realidad histórica, es un sistema global que determina lo que se puede hacer en política. Los “materialismos ideológicos transversales” han destruido valores que en décadas pasadas hacían la diferencia entre proyectos políticos y culturales. Hoy la guerra fría, por ejemplo, es una pieza de museo. Pero, la esterilidad ideológica de algunos, se cubre con anacrónicas discusiones que no ven la nueva situación mundial y nacional. Lo nuevo es que en este mundo del siglo XXI, se pueden producir agitaciones muy violentas, incluso “revoluciones” o violentos cambios de régimen, pero no se cambia nada de fondo. Una violenta revolución nacional o local, no cambia lo central del sistema: el mercado global y los intereses del gran imperio del norte. El sistema global promueve las imágenes de los líderes épicos de la guerrilla de los años 60, si esto es un mero consumismo ideológico sin efectos políticos. Hoy hablar de reformismo versus revolución es una mera retórica sin contenido histórico. Hoy la gente de izquierda es tan consumista como un joven rico o un mediocre pastor evangélico o sacerdote católico. Las protestas tienen presencia mediática y se promueven, en la medida que dividen y domestican a los sectores medios y populares. Se usa el rechazo a un comunismo más mítico que masivo. En Chile, las fuerzas que podrían incorporar al sistema, conquistas sociales reales multifacéticas, no han sido capaces de recrear en las bases populares una nueva conciencia democrática. De un “anti” se ha pasado a una disolución de las legítimas identidades. Es un falso “irenismo ideológico”. El auténtico pluralismo supone asumir las diferencias, tolerarlas en un espacio democrático posible. Para esto se necesita reconocer un fundamento humano concreto inalienable. Para los comunitaristas social-cristianos, este fundamento es la Persona, la Comunidad y el Cristianismo Liberador. El valor central de la persona humana se proyecta en la promoción de los derechos humanos. Hay que organizar redes sociales que desarrollen una participación efectiva de las bases. También los laicos necesitan expresarse en comunidades que sean espacios de libertad espiritual. El discernimiento del Magisterio de la Iglesia de parte de estos laicos organizados debe ser respetuoso e informado y siempre de buena voluntad, pidiendo tolerancia cuando a conciencia se piensa de otra manera. La Iglesia de hoy no se puede basar en una obediencia forzada e hipócrita. Como sucede entre algunos docentes de una Universidad Católica donde por interés o por dinero se aparenta ser un católico acrítico o cerrado. Es honesto discrepar manteniendo el diálogo y buscando siempre la verdad. Ser católico auténtico en estos tiempos supone el diálogo como actitud permanente, porque no se puede estar de acuerdo en todo con un Obispo o con un Sacerdote, pues no se les puede ver como neutros en su forma de vivir, o de pensar y tampoco se les puede ver como una “personificación de la verdad revelada o de una espiritualidad que casi está fuera de la historia”. La verdad revelada se discierne en comunión con toda la Iglesia, entre ellos los fieles. Lo jerárquico en la Iglesia no es autoritario. Seguramente seguirán pretendiendo muchos de estos “consagrados con poder”, la mayoría, que son apolíticos o sin poder o sin dinero porque no son dueños de los bienes que usan, pero eso es una ideología de la edad media; hoy son primero que nada personas que tienen que testimoniar que son virtuosos y consecuentes con lo que enseñan; de lo contrario sus gestos rituales y palabras “son pajas resecas que se las lleva el viento”. ¿Quién los sigue hoy por lo que dicen o por el poder que ejercen? Miles de personas los han dejado de seguir, precisamente, porque ejercitan su poder a demasiada altura. Se les sigue o escucha por lo que viven y se les tiene confianza en la medida que son sinceros y no “sepulcros blanqueados”. ¿Esto lo tiene que decir un cismático o un hereje? ¿No es una realidad sentida por los fieles más piadosos? Entre los laicos hay diversas sensibilidades y es legítimo e inevitable. Para operar desde la identidad cristiana en la sociedad civil hay que fortalecen la comunidad frente al individualismo. La comunidad debe ser un espacio liberador frente a la deshumanización del mercado. Desde esta realidad inter-personal emerge y emergerá una reflexión teológica que busca construir un espacio para la persona como valor fundamental. Miles de redes sociales deben hacer posible este espacio. En estos grupos comunitarios debe estar el germen de una nueva sociedad, donde el ser predomina sobre el tener. Una teología comunitarista de la liberación tiene que validarse, es nuestro compromiso, para acompañar el proceso de los cristianos que buscan hacer cambios desde una transformación primero personal y después colectiva, donde lo político-económico-cultural es un fruto de la fe-esperanza-amor. El comunitarismo social cristiano tiene que ser primero un comunitarismo vivenvial inter-grupal, luego un comunitarismo socio-político-económico-cultural. Esto nos convoca a un nuevo tipo de agrupaciones de base cristiana y ecuménica o interreligiosa o pluralista. Estos laicos viven su cristianismo en la frontera del mundo-Iglesia, es uno de los últimos lugares que nos quedan para evitar paternalismos alienantes y discernir con fidelidad el evangelio y mantener la unidad con los Pastores de la Iglesia. Nadie está obligado a pensar o vivir como un comunitarista social cristiano, y nadie puede negar nuestro derecho a querer vivir nuestra fe en estos términos: eclesial-socio-político-económico-cultural. MARIO ANDRÉS DÍAZ MOLINA: Estudiante en Práctica Profesional de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Colectivo Cultural Jorge Yáñez Olave.

¡EL MUNDO ES UN JARDIN Y UN ESTERCOLERO A LA VEZ, PERO ES HUMANO A PESAR DE TODO!

¡EL MUNDO ES UN JARDIN Y UN ESTERCOLERO A LA VEZ, PERO ES HUMANO A PESAR DE TODO! Manifiesto Comunitarista- Personalista. A Eduardo Nicanor Frei Montalva, un líder humanista cristiano histórico (1911-1982) y, a todos los luchadores sociales, religiosos y políticos de todas las ideologías y tradiciones seculares y religiosas, que buscan construir una nueva sociedad más fraterna, comunitaria, libre, justa, tolerante y democrática. Es nuestro proyecto: Construir una civilización de la persona humana. Encender la antorcha de la Revolución Democrática. Darle un cauce heroico al Humanismo Cristiano. Agudizar la conciencia popular. Comunitarizar la fraternidad planetaria. Unificar la identidad en la diversidad. Cultivar el fruto de la Razón. Promover las relaciones cooperativas entre el Oeste-Este y el Norte-Sur. Liberar a los pueblos de la crueldad del mercado. Incitar la pasión de la renovación ideológica. Globalizar la demanda de los Derechos y Deberes Humanos. Sembrar la sensibilidad ecológica en los niños, Jóvenes, adultos y ancianos. Fomentar la trascendencia de la cultura artesanal y Folklórica. Propagar los valores perennes de las idiosincrasias de la tierra. Asumir el conflicto social en la praxis de los pobres. Desintegrar el sub-mundo del terrorismo y la tortura. Desangrar el corazón del fanatismo. Anunciar la ultra- urgencia de un nuevo hombre y una nueva mujer con hechos de humanización. Incinerar las huellas de las dictaduras y sistemas de intolerancia. Extender el arte, la ciencia y la tecnología. Vigorizar el largo aliento del Diálogo entre culturas, etnias, credos y sistemas. Superar la mera utopía del ensueño. Trabajar en la cantera épica de la vida comunitaria. Consagrar la existencia cotidiana. Prevenir a las nuevas generaciones de la presencia de la sombra impía de la intolerancia anti-religiosa. Aprender a ver al universo envuelto en la belleza de Dios. Evitar el vacío del sin sentido. Abrazar el heroísmo de la fragilidad humana. Acariciar la energía sexuada de la humanidad. Conservar el aíre puro que nos queda. Agradecer la vitalidad de la lluvia y de las estaciones del año. Compartir la tierra con todos los hombres y mujeres, dentro de los valores de un desarrollo sustentable. Sintonizar con toda la creación. Cristificar lo profano y efímero. Olfatear cotidianamente el aroma del esfuerzo extremo. Sobre los logros de cada día, esperar de Dios lo humanamente imposible. Modelar el barro de nuestra condición en el taller de la sabiduría eterna. Asumir la urgencia concreta del ideal. Dar pasos históricos hacia la construcción mundana de la justicia y equidad. Vivir el drama de la liberación. Destruir la maquinaria maldita del narcotráfico. Impulsar la acción no-violenta en los límites de la opresión. Activar la rebelión legítima, como último recurso, contra el capitalismo depredador. Mantener la posición avanzada del testimonio de la paz. Es nuestro proyecto final más cristiano: Edificar la Iglesia fraternal, profética y liberadora en la roca de los siglos. Desarrollar en plenitud los derechos y deberes de los laicos en la asamblea ecuménica. DEL LIBRO: “CANTOS Y ANTI-CANTOS DEL UNGIDO Y DE LA ÚLTIMA CUMBRE” DE MARIO A. DÍAZ MOLINA. (*) Estudiante en Práctica Profesional de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Colectivo Cultural Jorge Yáñez Olave.

CARLOS MARCIO CAMUS LARENAS: UNA IGLESIA COMUNITARIA, PROFÉTICA Y LIBERADORA.

Monseñor Carlos Camus Larenas, Obispo emérito de Linares, nació en Valparaíso el 14 de enero de 1927. Hijo de Carlos Camus Gómez e Isaura Larenas Romo. Egresado de Ingeniería Química de la Universidad Técnica Federico Santa María. Estudió en el Seminario de Santiago y en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile. Bachiller en Filosofía. Licenciado en Teología. Ordenado sacerdote en Valparaíso el 21 de septiembre de 1957 por Mons. Rafael Lira, obispo de Valparaíso. Párroco en Peñablanca, Quilpué, Población Achupallas (Viña del Mar) y La Matriz, en Valparaíso. Asesor de la Juventud Obrera Católica y de la Acción Católica Rural. Pablo VI lo eligió Obispo de Copiapó el 31 de enero de 1968. Consagrado en la Parroquia Matriz de Valparaíso el 3 de marzo de 1968 por Mons. Emilio Tagle, Arzobispo-Obispo de Valparaíso. Co-consagrantes principales: Mons. José Manuel Santos, Obispo de Valdivia y Mons. Carlos González, Obispo de Talca. El Papa Pablo VI lo trasladó a Linares el 14 de diciembre de 1976. Sucedió a Mons. Augusto Salinas, quien había renunciado por razón de edad. Tomó posesión por procurador en enero de 1977 y personalmente el 17 de abril de ese mismo año. Desempeñó diversos cargos en la Conferencia Episcopal y en el CELAM. Hizo la Visita ad limina en 1979, 1984, 1989 y 1994. Retirado, el 17 de enero de 2003. Estos son datos objetivos que nunca dejarán de encontrarse en una biografía de Don Carlos Camus. Pero, lo que escribiremos es una opinión personal sobre su importancia pastoral y espiritual en la historia de la Iglesia Chilena y Universal. No puede ser menos y veremos porque. Hay lecturas ideológicas sobre el Obispo Camus, que no valoran su impronta pastoral desde una experiencia religiosa. No se puede hacer este análisis desde criterios de fe que no se tienen. El “Obispo de Chile”, como alguien dijo, es primero un Pastor de la Iglesia, desde este dato concreto se puede situar toda su labor pastoral, que se concretizó en la defensa de los derechos humanos; en su lucha contra el centro de tortura que funcionó en Colonia Dignidad; en su convocatoria pluralista que hizo visible la doctrina social de la Iglesia como núcleo que ilumina las diversas opciones políticas de los fieles: es legítimo ser católico y ser de izquierda, de centro o de derecha, etc., pero, “viviendo los valores evangélicos como fundamentos de la acción política del cristiano”; y sobre todo, se concretizó en su apoyó a los campesinos para que se organizaran en comunidades cristianas alrededor de una capilla; este hecho social-religioso por si mismo significó una educación cívica-eclesial: hombres, mujeres, jóvenes aprendieron a organizarse y dar pasos de superación del asistencialismo y paternalismo del pasado. Una Iglesia fraternal, comunitaria, profética y liberadora emergió en la conciencia religiosa del católico de base, como un ideal más cercano y posible. En función de esta actividad eclesial-social desarrolló un “pensamiento pastoral” que quedó registrado en cientos de pequeñas publicaciones: cartas a los fieles, jóvenes, entrevistas, libritos, etc.; en resumen: renovó con moderación y realismo la pastoral diocesana. Hay un “estilo Camus”, es un “carisma”, que muchos fieles sienten que no se replica en la actualidad. Algunos ven solamente los efectos políticos que inevitablemente están incorporados a toda pastoral, pues lo eclesial o religioso no funciona o no se realiza fuera de los conflictos socio-históricos. Conozco gente de izquierda que utilizó y propagó la imagen de un Obispo Camus “comunista”, nunca tuvieron un interés eclesial, les importaba la propia “acción política partidaria”; otros, usando el mismo calificativo, desvaloraron su labor humanitaria-pastoral, eran exponentes de una derecha dura, que no aceptaba que un Obispo asumiera un compromiso valiente y acusador de la barbarie que contaminaba la convivencia nacional. Ambas lecturas son parciales e ideológicamente abusivas. ¿Era posible ser cristiano, un líder moral, un Obispo y ser neutral frente a los casos de derechos humanos que hoy se conocen y es imposible no dejar de calificarlos de brutales y crímenes de lesa humanidad? ¿Es un tema político? Por supuesto que sí, en el buen sentido de una ética política y evangélica. Y desde la perspectiva de un Obispo, es un tema pastoral con consecuencias políticas, pero sobre todo hay un valor moral-humano. Esto hizo Don Carlos Camus. Es lo esencial, que nunca debe dejar de ser lo “epistemológicamente central”, en un análisis de su labor como Obispo de Linares. No ver esta dimensión moral y espiritual y hablar en términos de una actitud, donde solamente un ideal político excluyente es lo que mide y valora su labor pastoral y los otros son simplemente enemigos y falsos, es una mentira ideológica, muy común en una forma cínica de hacer política en nombre de una supuesta fe. ¿Toda persona de derecha es falsamente católica? ¿Toda persona de izquierda es no-creyente o es falsamente católica?. Pienso que no. No es tan simple, como una mera lectura ideológica-partidista, sin perspectivas antropológicas más amplias. Si se analiza la visión pastoral de Don Carlos Camus, es moderada, pero realizadora. No es un exaltado. Es demasiado lúcido para dejarse arrastrar por un “infantilismo pastoral revolucionario”. Creo que su pensamiento pastoral es digno de ser estudiado. Es una experiencia que puede nutrir una “teología pastoral” que al tener criterios, se puede reubicar en el proceso socio-religioso cambiante de los ambientes eclesiales actuales. Si estamos convencidos del valor de su pensamiento y su acción, rescatemos su “impronta” desde todas las posibilidades realmente pastorales y creyentes. Don Carlos Camus, acercó la Iglesia a los pobres y humildes y si bien no realizó una “revolución” hizo factible ver los “ideales renovadores” como posibles. Cuando hay una capilla donde no se comenta la palabra de Dios en la misa, porque el celebrante no quiere hacerlo a pesar del reclamo de los fieles, o no se toma en cuenta a los laicos para reconstruir el templo parroquial o cuando un grupo de fieles le reclama a una autoridad eclesiástica que su párroco es alcohólico y “esclavo del dinero” y esta autoridad les dice: “soportan los vicios de su párroco o se quedan sin sacerdote” y así, se siente que este ideal de Iglesia “más fraternal y respetuoso de los laicos” se hace de nuevo lejano. No son pocos los que se van de las parroquias y capillas. Mucha gente habla detrás de sus puertas, como típicos chilenos sin “personalidad social”. Personalmente hablo ahora, porque mañana hablarán otros intereses. Recuerdo a un ministro laico, que ideológicamente ponía su visión política por sobre lo pastoral-eclesial. Se definía como “camusista” en primer lugar, y no quiso seguir participando en la Iglesia, cuando llegó el nuevo Obispo. Dejó de ir a misa. Era impresionante escuchar su discurso anti-católico, después de verlo “adorar al Santísimo”. Hace tiempo que no lo veo. Su lectura era exclusivamente política-partidista. ¿Alguna vez fue un creyente o era un enviado de su partido o un infiltrado? Creo que era creyente, pero su ideología mal ubicada en su escalada de valores, destruyó su fe. Don Carlos Camus, siempre ha insistido en el pluralismo como una nota de la Doctrina Social de la Iglesia. Espero que por entre ciertos intereses no muy puros, se pueda seguir leyendo el legado pastoral de Don Carlos, Obispo emérito de Linares. ¿Quién podría negar argumentativamente que su labor pastoral se pueda valorar a nivel de la Iglesia universal? Por lo tanto, podemos seguir aplicando su “sabiduría pastoral”. Tenemos sus libritos y cartas, etc. y nuestra historia de fe que vivimos junto a su labor episcopal. Mario Andrés Díaz Molina. Estudiante en Práctica Profesional de 5° año de Pedagogía de Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

INVITACIÓN

ALEJANDRO VALENZUELA SOTO: UNA POESÍA DESDE LA VIDA.

ALEJANDRO VALENZUELA SOTO: UNA POESÍA DESDE LA VIDA. Hablar de Alejandro es para mí, hablar de una persona de carne, hueso y espíritu. Fue mi profesor de inglés en la Escuela Agrícola de los Salesianos de Linares en los años 1978-1979. Era el profesor que siempre nos animaba y nos hacía sentir que estudiar era algo importante y necesario a pesar de todo. Esto lo transmitía con una actitud vital. En ese tiempo transitaba por la ciudad en una vieja bicicleta, que podría haber sido el caballo del Quijote de la Mancha. Por problemas de salud no pude seguir estudiando en esos años. En 1987 me volví a encontrar con él en la Escuela San Miguel, cuando era feje de la U.T.P. me enseñó a usar unas figuras literaria en mis poemas. Aún guardo un viejo cuaderno con esas lecciones literarias. Después de la dolorosa muerte de mi padre me volví a encontrar con este reconocido formador de profesores y agentes pastorales, en el Monasterio de la Piedra Blanca de Linares. (1991-1999). Me entregó junto a la Hermana Isabel (Hermana Isabelle Vrancken V.), una formación espiritual-teológica-pastoral. En algunos momentos de mi vida hizo las veces de un padre, que ya no tenía, me apoyó para terminar mi enseñanza media, incluso me dio trabajo y aconsejó; creo que también se molestó cuando no lo escuché en algunos casos. Se produjo una distancia que nos separó. Pero nunca olvidé su buena intención y apoyo. Podría decir de él, que es un hombre bien intencionado, bueno por dentro y con sentido de lo superior, de lo bello, de lo justo, de lo eterno y de lo divino. Un educador por vocación. Me volví a encontrar con él, hace unos meses, en la casa de la cultura, en un recital poético. Tiene más años. Pero es el mismo maestro de siempre. Es una persona a quién no tan solo respeto, sobre todo estimo. Me agrada decirle Profesor. Todos, necesitamos tener referencias vitales, tener a quien poder decirle: “usted tiene algo de paternidad que me ha marcado y puedo sentir que al hablar de quien soy o donde puedo encontrar alguna huella de mi origen, usted está allí, al menos para decirme por aquí pasaste”…Alejandro Valenzuela, es una referencia para mí, un formador, un educador, un testigo de un sentido divino…Este hombre, es un poeta, es decir un visionario de lo esencial de la vida, un contemplador de las líneas vitales de la historia cotidiana y de la gran historia de los pueblos. Un motivador vital de los que encuentra en su camino. Pues bien, en este cuarto encuentro con Alejandro, me motivó para que publicara mis poemas. Nadie lo había hecho, al contrario…Tengo en imprenta mi primer libro de poesía y ensayo esperando poder presentarlo a la comunidad y él, Alejandro Valenzuela, este miércoles 17 de octubre a las 19: 30 hrs. hará el lanzamiento de su libro “A Pesar de los Pesares” en la Casa de la Cultura de Linares. No podía hacer un comentario de este libro de poemas de Alejandro, sin esta introducción. Porque la crítica literaria de esta obra tendrá su tiempo y sus críticos literarios y lo que puedo decir de estas letras líricas es fruto de una “clave hermenéutica” que no está escrita en ningún libro de teoría literaria, es lo que conozco personalmente de su autor. De su poema “Ganarás el pan…con la sangre de tus manos”, puedo decir que es vivencial… “Despedregando campos, limpiando largos canales llovidos y sobretodo helados…y en mis manos, en mis uñas, ¡sangre!... ¡varios meses sin pago! Sobre todo en el alma-¡Hambre! Una rabia embrutecida y un mirar a lo alto”... emanan de estos versos dramáticos una experiencia extrema de dolor, de explotación, generadora de una conciencia social y política posterior. Este dolor, lo hizo solidario, lo impulsó a ser un luchador social. Pero, no podía estar ausente su madre…la madre nutre el “corazón de una conciencia social”, pone una piel que no tienen las ideologías, nos hace más humanos en nuestras luchas… “Con tu silencioso arrullo las palabras se hacen carne, proyectos, sueños y también realidades” (del poema: “ Ruah! o Madre”). Sospecho que en este recuerdo de su madre, siempre estuvo oculta una chispa divina de su fe en Dios. Hoy es un Diácono permanente. Al seguir leyendo su poesía multifacética, inteligente y sensible a la vez, me encuentro con el sentido del humor característico de Alejandro, que no lo hace frívolo porque nunca pierde “el respeto que siente por la vida” que aprendió a valorar en la fragua del dolor y en la esperanza que asimiló de su “madre-ignorante-sabia y creyente”. “La poto bonito” nombre clásico que no admite relectura. Realismo absolutamente chilensis. ¡Sin frescura! (Poema: Negocio de Campo). Su poesía tiene un sentido social-ético: “Cuando digas falsedades muerde tu lengua: es mejor al decir lesas blasfemias córtala, hombre, por favor. Cuidado con nuestra lengua sin hueso, mojada está cual casa de jabonero ¡qué fácil es resbalar! Los placeres, como el humo algunos dicen, se van: primero nos dejan ciegos y después, sufrir, llorar. Amigo, amigo de mi alma ¡Qué! ¿Te vas a condenar? No seas tan mentiroso ama a todos, vive en paz” (Poema: Métrica). Hay versos metafísico-existenciales: “Fastidio de sufrir la vida. Fastidio de sufrir la muerte. Miradas de esperanza con la esperanza de ver, por suerte. Miedo a lo desconocido, a la oscuridad, a la luz. ¿Alivio en la total entrega?...” (Del poema: Agonías. (A Miguel de Unamuno). Versos proverbiales: “El sufrimiento es al hombre como la poda al árbol”. Poema: “Resignación con Perspectiva”. Poemas místico-contemplativos: “Canal, reguero, río, estero, lago, sol, estrellas, cielo, árboles, prados y flores. Cantar de pajarillos maravillosa atmósfera al alma más que al pulmón. Paz, voz que me susurra y acaricia… ¡creación! Segundo Evangelio de mi Dios”. (Poema: Creación). “Conversar con los pájaros, hablarle en otro idioma o en silencio a los bebés, charlar con la naturaleza, con las mascotas, escuchar el murmullo de la creación adultez, maduración” (Poema: Adultez). Creo que a Linares le hará bien encontrarse con la poesía de Alejandro Valenzuela y más aún, creo que un mundo nuevo está germinando en la esencia de sus versos. Pero, hay que decirlo, “las profundidades de una palabra” solamente la pueden leer los que a su vez tienen un alma que peregrina por la profundidad del ser. MARIO ANDRÉS DÍAZ MOLINA: Estudiante en Práctica Profesional de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Colectivo Cultural Jorge Yáñez Olave.

LOS OTROS HIJOS Y NIETOS DE LA DICTADURA Y EL POSIBLE FUTURO COLAPSO DE LA DEMOCRACIA CHILENA.

LOS OTROS HIJOS Y NIETOS DE LA DICTADURA Y EL POSIBLE FUTURO COLAPSO DE LA DEMOCRACIA CHILENA. Una de las herencias más transversales de la dictadura, explicitada o validada por voces públicas o de la calle, es la satanización de la política. Es el fondo de un chiste muy celebrado decir que ser político es lo mismo que ser ladrón, mentiroso, corrupto, etc. Pero, el político ladrón, corrupto, etc. es siempre el otro. Es el otro partido, es el otro dirigente sindical, es el que tiene otro pensamiento u otros intereses. En Chile existió un poderoso que concentraba en su persona un poder sin contrapeso; el poder judicial aparentaba autonomía, pero estaba bajo su control, la función legislativa era un decorado de su trono; entre sus numerosos poderes, estaba el poder de dar vuelta la página, estar informado del movimiento de todas las hojas de los árboles, etc. Decía que era un apolítico. Según él, lo que realizaba como un Jefe Supremo del aparato de poder autoritario, no era político. La política era mala. Los “señores políticos” siempre estaban en sus discursos como seres corruptos, culpables de todos los males. Solamente los apolíticos podían salvar a Chile. Mucha gente se hizo “apolítica” y escuchaba complaciente sus discursos “apolíticos”. No pocos empresarios compraron a precios “populares” empresas del Estado, de todos los chilenos y gastaban sus hermosas y suaves lenguas gritando: “somos apolíticos”, generamos empleos, trabajamos no practicamos la “sucia política”. Hoy estos empresarios son poderosos, tienen un poder económico que determina los poderes políticos. Ejercen un poder que tiene consecuencias permanentes en la política nacional. Pero se autodefinen como “apolíticos”. Hay que hacer notar que con esta lógica tendría que ser posible ejercer el poder presidencial apolíticamente, sin política, que sería como desarrollar una matemática sin el concepto de cantidad o número o pensar sin ideas, etc. Sociológicamente todo poder es político, incluyendo el poder eclesiástico o el poder económico. En la actual situación globalizada un empresario grande o multinacional tiene más poder que el Senado o el Presidente de la República. Hoy escuchamos otros gritos que dicen: todos los políticos son ladrones, mentirosos, etc. y la voz de este Jefe Supremo se vuelve a escuchar a través de estas voces nuevas y viejas. Lo curioso es que los que gritan parecen paridos por otras madres. Estos hijos y nietos (de padres que alguna vez fueron políticos y que cuando este Jefe Supremos se hizo polvo (literalmente), porque no quiso experimentar la putrefacción como los mortales que son políticos y todas esas cosas sucias, celebraron con gritos y consignas muy antiguas este nuevo dicho “se hizo polvo”) repiten casi copiando, el mismo discurso: la política es mala y no hay que interesarse en esta “excreción” de la vida humana. Según una encuesta del Injuv. el 73% de los jóvenes no puede nombrar al menos 5 diputados y más del 70% no sabe qué es el sistema binominal. Esto no es patrimonio exclusivo de los jóvenes. Los que leen la política con un doble estándar y ven el mal solamente en el frente, en los otros, se solapan detrás de estos resultados, y gritan: “sin partidos, los partidos son malos” y en la noche reciben a algunos jóvenes y viejos en sus “guaridas partidarias” y los instruyen en su campaña contra los “políticos”. Esta es una forma de fornicar con el poder deseado y tener un discurso anti-político. ¿Buscan causar el colapso de la democracia? Esta visión negativa de la política es la peor herencia de la dictadura. Es el miedo y la desconfianza hacia la política, “inculcados a fuerza de represión, desapariciones, tortura y férrea propaganda, hicieron que hoy tengamos un evidente retroceso en la vida comunitaria, en donde el valor de lo colectivo es infinitamente menor frente al individualismo. Y hay que decirlo claro: la derecha más dura de hoy estuvo de acuerdo con ese diseño, lo alentó y aún cree y dice que la política es mala”. Pero desde el otro extremo se fomenta esta misma descalificación de lo político. Es una aplicación perversa de la dialéctica con un sello anti-democrático. El futuro de la democracia chilena, su estabilidad depende en buena medida de la recuperación ética de la política. La política no es para los que se aprovechan de los demás. No es una forma de vivir del trabajo de los demás. La política depende de la naturaleza humana, puede ser mala o buena, ambivalente, sucia o digna como un buen político o líder auténtico o corrupta como una mafia de grandes intereses y poderes anti-populares. Una forma de controlar y evitar la corrupción masiva de la política es la participación del pueblo organizado en el control cívico de los poderes públicos. La democracia meramente representativa está casi agotada, no responde a las nuevas sociedades de masas aplastadas por los grandes intereses globales. Esta democracia deteriorada necesita ser potenciada con una organización popular dialécticamente equidistante de la clase dominante y anarquismos que sueñan con partir de cero y así hacer posible un realismo político que supere los “espejismos de poder” que chocan con los muros de hierro de este sistema neo-liberal. Un ejemplo de este “espejismo de poder” son las protestas y tomas estudiantiles que demasiadas veces terminan con un “beso a la violencia” y son duramente reprimidas y sin resultados efectivos o sin conseguir lo esperado. Tal vez ahora es el momento de movilizarse ante las elecciones municipales. Y hay que considerar que cualquier movimiento de recuperación democrática, está contra el tiempo: el consumismo esencialmente individualista destruye día a día o debilita el discurso de un ciudadano activo y con poder político de decisión en la base y lo reemplaza por un consumidor pasivo, tal vez lleno de odio anti-capitalista, pero estéril, políticamente castrado, alienado en ideologías inoperantes, que es fácilmente manipulado y seducido por los creadores de adicciones y deseos artificiales. Casi la mitad de los jóvenes anuncia que no va a votar en las municipales. “El remedio al lastre que nos dejó la concepción dictatorial de la política es justamente tener más y mejor política. La política no es el debate de los cupos para las municipales, no es si debemos seguir las encuestas o ir a primarias, no debe ser la pelea por proyectos personales, ni menos si tal postulante eligió a tal o cual candidato para sacarse una foto”. “Si en el Injuv se dieron cuenta en 2012 de que los jóvenes ven pasar las decisiones importantes por el lado sin sentirse interpretados ni empoderados, entonces ¿por qué no dieron una conferencia de prensa para pedir el urgente fin del sistema binominal? ¿Por qué el Injuv no pide la restitución de las horas de Educación Cívica o más horas de Historia?” Se dice que: “Chile tiene la legislación que tiene en temas de educación, salud, previsión, minería, laboral y pesca, porque nunca la Concertación tuvo los votos para terminar con el empate ficticio que impuso la dictadura en su Constitución de 1980”. Tal vez, pero el desarrollo presente y futuro de la democracia chilena no puede depender de reacciones tan pasivas frente a estos lastres de la Constitución del 80. Los aportes para renovar auténticamente la democracia son diversos, multi-ideológicos y en algunos casos novedosos, pero siempre democráticos. Los que nos identificamos con el paradigma del comunitarismo personalista tenemos el desafío de dejar nuestra impronta política, social y cultural en la historia de Chile. (*) Estudiante de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.

EL TESTIMONIO ESPIRITUAL DE MI MADRE.

EL TESTIMONIO ESPIRITUAL DE MI MADRE. La experiencia religiosa tiene su primer origen en el deseo salvífico de Dios. Dios nos “desea” desde lo profundo de su amor. El amor es un deseo inefable que integra todas las vitalidades de nuestro ser personal. Este deseo se hace concreto en nuestra vivencia humana. Lo mistérico se hace cotidiano. Tan concreto y sencillo como el amor de una madre. En este caso se hace presencia santa en el amor de mi madre. Mi madre, es una mujer muy humilde y sabia, que vivió el dolor que le generó una madre ausente que la abandonó por un amante. Sufrió la destrucción de su hogar, de su núcleo familiar. Su padre, mi abuelo, la recluyó en un internado de María Auxiliadora, en Santiago, allí creció y se hizo mujer y creyente. Fue novicia teresiana, pero por faltarle unos documentos familiares, (según el derecho canónico de ese tiempo anterior al concilio vaticano II) no pudo continuar en esta consagración religiosa. Después estuvo un año como hermana franciscana, pero no era su vocación y se retiró. Su vocación era carmelita no franciscana. Con los años se casó. Su espiritualidad teresiana-carmelita marcó mi infancia y adolescencia y toda mi vida. No digo que sea santa, pero su vida es una fuente de mi fe. En su humilde existencia se manifiesta Dios que me ama en su amor de madre. Mi madre es realmente pobre de espíritu y sin violencia ni arrogancia, y sin saberlo, denuncia las falsas pobrezas de quienes se disfrazan de pobres y son cómplices y complacientes con los que cosechan las utilidades de este sistema y se quedan en discursos populistas sin hechos concretos que cuestionen efectivamente la prepotencia de los que menosprecian a los pobres y humildes de este mundo. Este poema que registro a continuación y que escribí hace un tiempo sobre el testimonio espiritual de mi madre, intenta reflejar esta impronta de mi “sagrada madre”. (Pido oraciones por ella, se encuentra enferma) Mi Madre, una pobre de Yahvéh (Poema para un espíritu de pobre) Madre inmortal, fuente de mi origen Camino recorrido de los pobres de Yahvéh. Nunca tan libre, porque nunca tan pobre como en su digno atardecer. Alumbra el sol, su inmensa pequeñez. Su niña invisible, creció en su silencio. No se quiebra su espalda laboriosa ni se extingue el fuego de su hogar. Su dolor es una dulce sonrisa; en su alegría canta un ruiseñor. La envidia no entristece su existencia. La pretensión, no falsea su dignidad. La mediocridad, no ha envilecido su vida. La calumnia, no la complace. La arrogancia, no la conmueve. No vive en el vano consumo ni busca efímeras glorias. No la enceguece el odio de clases ni los violentos le arrebatan su paz. Su realeza de mujer nunca abdicó. Mañanas, tardes, noches, la ven consagrar al cotidiano existir; cultivar en el huerto su paciencia. Compartir su pan con el frío del hambre; acoger al indigente, regalar su fe al agobiado. Reposará incorrupta en mi tierra natal. No la olvidarán nuestros huesos ni sus huellas nos dejarán de guiar. Cantaré con mi llanto su ausencia. Ocultará su mirada, la luz del amanecer... Mario Andrés Díaz Molina: Estudiante de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.

EL TESTIMONIO ESPIRITUAL DE MI MADRE.

EL TESTIMONIO ESPIRITUAL DE MI MADRE. La experiencia religiosa tiene su primer origen en el deseo salvífico de Dios. Dios nos “desea” desde lo profundo de su amor. El amor es un deseo inefable que integra todas las vitalidades de nuestro ser personal. Este deseo se hace concreto en nuestra vivencia humana. Lo mistérico se hace cotidiano. Tan concreto y sencillo como el amor de una madre. En este caso se hace presencia santa en el amor de mi madre. Mi madre, es una mujer muy humilde y sabia, que vivió el dolor que le generó una madre ausente que la abandonó por un amante. Sufrió la destrucción de su hogar, de su núcleo familiar. Su padre, mi abuelo, la recluyó en un internado de María Auxiliadora, en Santiago, allí creció y se hizo mujer y creyente. Fue novicia teresiana, pero por faltarle unos documentos familiares, (según el derecho canónico de ese tiempo anterior al concilio vaticano II) no pudo continuar en esta consagración religiosa. Después estuvo un año como hermana franciscana, pero no era su vocación y se retiró. Su vocación era carmelita no franciscana. Con los años se casó. Su espiritualidad teresiana-carmelita marcó mi infancia y adolescencia y toda mi vida. No digo que sea santa, pero su vida es una fuente de mi fe. En su humilde existencia se manifiesta Dios que me ama en su amor de madre. Mi madre es realmente pobre de espíritu y sin violencia ni arrogancia, y sin saberlo, denuncia las falsas pobrezas de quienes se disfrazan de pobres y son cómplices y complacientes con los que cosechan las utilidades de este sistema y se quedan en discursos populistas sin hechos concretos que cuestionen efectivamente la prepotencia de los que menosprecian a los pobres y humildes de este mundo. Este poema que registro a continuación y que escribí hace un tiempo sobre el testimonio espiritual de mi madre, intenta reflejar esta impronta de mi “sagrada madre”. (Pido oraciones por ella, se encuentra enferma) Mi Madre, una pobre de Yahvéh (Poema para un espíritu de pobre) Madre inmortal, fuente de mi origen Camino recorrido de los pobres de Yahvéh. Nunca tan libre, porque nunca tan pobre como en su digno atardecer. Alumbra el sol, su inmensa pequeñez. Su niña invisible, creció en su silencio. No se quiebra su espalda laboriosa ni se extingue el fuego de su hogar. Su dolor es una dulce sonrisa; en su alegría canta un ruiseñor. La envidia no entristece su existencia. La pretensión, no falsea su dignidad. La mediocridad, no ha envilecido su vida. La calumnia, no la complace. La arrogancia, no la conmueve. No vive en el vano consumo ni busca efímeras glorias. No la enceguece el odio de clases ni los violentos le arrebatan su paz. Su realeza de mujer nunca abdicó. Mañanas, tardes, noches, la ven consagrar al cotidiano existir; cultivar en el huerto su paciencia. Compartir su pan con el frío del hambre; acoger al indigente, regalar su fe al agobiado. Reposará incorrupta en mi tierra natal. No la olvidarán nuestros huesos ni sus huellas nos dejarán de guiar. Cantaré con mi llanto su ausencia. Ocultará su mirada, la luz del amanecer... Mario Andrés Díaz Molina: Estudiante de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.

¡LA DOCTRINA DE LA TRINIDAD, TIENE FUNDAMENTOS BÍBLICOS!

¡LA DOCTRINA DE LA TRINIDAD, TIENE FUNDAMENTOS BÍBLICOS! Solemnidad de la Santísima Trinidad - Tiempo Ordinario - Ciclo "B" DOMINGO, 3 de Junio de 2012 - El misterio de la Santísima Trinidad es un gran misterio: un solo Dios en tres Personas, misterio grande pues se refiere a la esencia misma de Dios, y grande también por lo imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de explicar, pues es una verdad que sobrepasa infinitamente las capacidades intelectuales del ser humano. Muchos Teólogos que lo han estudiado han tratado de hacerlo accesible al hombre común. Y han tratado de explicar lo de las Tres Personas y un solo Dios mediante diversos símiles, tratando de ponerlo al alcance de todos. Uno de estos símiles, tal vez el más convincente, es el de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas se unen formando una sola llama. Todas las comparaciones humanas, sin embargo, quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios. ¿Por qué es esto así? Porque la Santísima Trinidad es el más grande de los misterios de nuestra fe. Y por eso es imposible de ser comprendido por nosotros, pues nuestro limitado intelecto humano, es ¡tan pobre para explicar las cosas de Dios! El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que están muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita! Se cuenta que mientras San Agustín se encontraba preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, le pareció estar caminando en la playa frente a un mar inmenso. Vio de repente a un niño que se distraía recogiendo agua del mar con una concha de caracol y tratando de vaciarla en un hoyito que había hecho en la arena. Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito. San Agustín, por supuesto, se dio cuenta de que era imposible que el niño lograra esa absurda pretensión. Entonces le dijo al niño: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “Esto no es más imposible de lo que es para tí meter el misterio de la Santísima Trinidad en tu cabeza”. Y con estas palabras el “Niño” desapareció. Así es nuestro intelecto: tan limitado como es el hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como este misterio. Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario. Ciertamente, mientras estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera oscura... incompleta. Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es. En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo. Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por las Tres Divinas Personas. Recordemos lo que Jesucristo nos ha dicho: “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn.14, 23). La Santísima Trinidad es, entonces, uno de los misterios escondidos de Dios, que no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer. Y Dios nos lo ha dado a conocer revelándose como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo: Tres Personas distintas, pero un mismo Dios. Y Dios comienza a revelarse como Trinidad poco a poco, pero desde el principio. Desde el segundo versículo de la Biblia, desde el momento mismo de la creación, vemos una alusión al Espíritu Santo: “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1,2).Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer. El primer momento en que se revelan las Tres Personas juntas fue en el Bautizo de Jesús en el Jordán. Nos dice así el Evangelio: “Una vez bautizado Jesús salió del río. De repente se le abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre El. Y se oyó una voz celestial que decía: ‘Este es mi Hijo, el Amado, en el que me complazco’ ” (Mt. 3, 16-17). Posteriormente, Jesucristo, al dar el mandato de evangelizar a sus Apóstoles, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18). Es la escena que nos trae el Evangelio de hoy. Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser y en su obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación. Es así como el Espíritu Santo en su obra de santificación en cada uno de nosotros, lo primero que hace es darnos a conocer a Jesús como Hijo de Dios, pues “nadie puede decir que Jesús es el Señor, sino guiado por el Espíritu Santo” (1 Cor. 12, 1-3). Luego nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo. Posteriormente el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a Él. Así nos dice Jesús: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27). Dice la Segunda Lectura: “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios... y podemos llamar Padre a Dios. Y si somos hijos de Dios también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm. 8, 14-17). La clave está en dejarnos guiar por el Espíritu Santo; es decir, en ser perceptivos, dóciles y obedientes a sus inspiraciones, que siempre nos llevan a buscar y cumplir la Voluntad de Dios. El nos irá haciendo semejantes al Hijo. El Hijo nos dará a conocer al Padre y así seremos herederos con Él, y seremos “glorificados junto con Él.”. (Rom 8, 17) ¿Cómo percibir las inspiraciones del Espíritu Santo? ¿Cómo ser dóciles y obedientes a esas inspiraciones? La clave está en la oración -la oración sincera. La oración nos abre al Espíritu Santo. Debemos orar para escuchar al Espíritu Santo. El es como una suave brisa, a la que hay que estar atentos para poderla percibir (cf. 1 Re 19,11-13). Debemos orar para permitirle que haga en cada uno de nosotros su obra de santificación. Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios. Y esa unión de nosotros con Dios no se queda allí, sino que tiene, como consecuencia segura, la unión de nosotros entre sí. Tal vez con esta explicación se nos haga más fácil comprender esa bellísima y conmovedora oración de Jesús durante la Ultima Cena con sus Apóstoles, cuando rogó al Padre de esta manera: “Que ellos sean uno, Padre, como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23). ¡Unidos cada uno de nosotros al Dios Trinitario, para así estar unidos entre nosotros por Dios mismo!

¡EL ESPÍRITU SANTO NOS CAPACITA PARA SER PERSONAS ACTIVAMENTE CREYENTES!

¡EL ESPÍRITU SANTO NOS CAPACITA PARA SER PERSONAS ACTIVAMENTE CREYENTES! Domingo Solemnidad de Pentecostés- Ciclo "B" - 27 de Mayo de 2012 - El nombre “Pentecostés” indica los cincuenta días que separan la Venida del Espíritu Santo de la Resurrección del Señor. En esta fiesta celebramos la venida del Espíritu Santo a los Apóstoles. Pentecostés marca el comienzo de la actividad apostólica en la Iglesia, porque fue justamente al recibir al Espíritu Santo que los Apóstoles comenzaron a cumplir el mandato que Jesús dejó antes de su Ascensión al Cielo: predicar su mensaje de salvación a todos (Mt. 28, 19-20) Algo parecido a ese mandato leemos en el Evangelio de hoy, el cual nos narra una de las apariciones de Jesús resucitado a los Apóstoles (Jn. 20, 19-23): “‘Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo’. Dicho esto, sopló sobre ellos y el dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo’” ¿Quién es el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es nada menos que el Espíritu de Dios; es decir, el Espíritu de Jesús y el Espíritu del Padre. El es la presencia de Dios en medio de nosotros los hombres. El Espíritu Santo es el cumplimiento de esta promesa de Jesús: “Mirad que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). Se ha comparado el Espíritu Santo con la brisa y con el fuego. Porque, en efecto, El es como una suave brisa que, como nos dice el Señor “sopla donde quiere” (Jn. 3, 8). Ahora bien, si el Espíritu Santo es la brisa, nosotros debemos ser como las velas de una barca, siempre en posición de ser movidos por esa brisa; es decir, debemos ser perceptivos a las inspiraciones del Espíritu Santo y dóciles a éstas, para poder navegar por esta vida guiados por El hacia nuestra meta definitiva. También se ha comparado el Espíritu Santo con el fuego. Porque, en efecto, el Espíritu Santo también se manifiesta así: como fuego, como calor abrasador, como calor en el pecho... El fuego que ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús, mientras oían hablar a Jesús resucitado era el Espíritu Santo: “¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” se dijeron los discípulos de Emaús en cuanto Jesús se les desapareció. (Lc. 24, 32). Vemos en la Primera Lectura que el Espíritu Santo se presentó como una ráfaga fuerte de viento y descendió en forma de lenguas de fuego a los discípulos reunidos en torno a la Santísima Virgen el día de Pentecostés (Hech. 2, 1-11). El Espíritu Santo nos asiste a cada uno de nosotros en nuestro peregrinar a la meta a que hemos sido llamados: el Cielo prometido a aquéllos que cumplan la Voluntad de Dios. Al Espíritu Santo se le atribuyen muchas funciones para con nosotros los hombres, siendo tal vez la principal, la de nuestra santificación. Es Él quien, con sus suaves inspiraciones, nos va sugiriendo cómo transitar por el camino de la santidad. El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad. Así nos dijo Jesucristo: “Tengo muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora. Pero cuando venga El, el Espíritu de la Verdad, el los llevará a la verdad plena ... El les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn. 16, 12 y 14, 26). Así que el Espíritu Santo es Quien nos lleva a conocer y a vivir todo lo que Cristo nos ha dicho; es decir, nos lleva a conocer y a aceptar el Mensaje de Cristo en su totalidad: nos lleva a la Verdad plena. Es tan importante la acción del Espíritu Santo en nuestra vida que, nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (1 Cor. 12, 3-7.12-13) que ni siquiera podemos reconocer a Jesús como Dios, si no nos lo inspira el Espíritu Santo. “nadie puede llamar a Jesús ‘Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. En esto consiste el don de la Fe. Es un regalo de Dios, del Espíritu de Dios. También sabemos por esta lectura y por la experiencia cristiana que el Espíritu Santo nos capacita para cumplir la tarea de evangelización que, como bautizados, todos tenemos que realizar. Y es el Espíritu Santo el que hace comunidad entre nosotros, seamos quienes seamos, vengamos de donde vengamos. El Espíritu Santo, como el viento “sopla donde quiere”, le dijo Jesús a Nicodemo (Jn. 3, 8). Como dice San Pablo en la Segunda Lectura: no importa la raza, ni la condición (“judíos o no judíos, esclavos o libres”), hemos sido llamados para formar el Cuerpo Místico de Cristo. Y en éste, cada uno tiene un tipo de función, a la cual Cristo nos ha llamado. En Pentecostés conmemoramos la Venida del Espíritu Santo a la Iglesia y rogamos porque ese Espíritu de Verdad se derrame en cada uno de nosotros, que formamos parte de la Iglesia. En efecto vemos también en esta Segunda Lectura cómo actúa el Espíritu Santo en la Iglesia. “Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. Y nos da el Espíritu Santo diferentes funciones a cada uno, como los diferentes miembros de un cuerpo tiene cada uno su función, pero todos formamos un mismo cuerpo: el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Antes de Pentecostés recordemos que los Apóstoles eran temerosos y tímidos, torpes para comprender las Escrituras y las enseñanzas de Jesús. Pero veamos en la Primera Lectura (Hech. 2, 1-11) y continuando a lo largo del libro de los Hechos de los Apóstoles cómo, luego de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, cambiaron totalmente: se lanzaron a predicar sin ningún temor y llenos de sabiduría divina, se les soltaron las lenguas con un nuevo poder de lenguaje dado por el Espíritu Santo, llamando a todos a la conversión, bautizando a los que acogían el mensaje de Jesucristo Salvador. Forman discípulos y comunidades, asisten a los necesitados... sufren persecuciones, llegando a la santidad e, inclusive, hasta el martirio.

¡CON CRISTO PODEMOS HACER LA VOLUNTAD DE DIOS: RECREAR AL MUNDO!

¡CON CRISTO PODEMOS HACER LA VOLUNTAD DE DIOS: RECREAR AL MUNDO! DOMINGO 5 de Pascua - Ciclo "B" - 6 de Mayo de 2012 - El Evangelio de hoy nos trae estas palabras: Vid y ramas. Poda y fruto. Quema y gloria. Palabras que resumen y describen esa bellísima parábola de Jesús: “Yo soy la vid y ustedes las ramas” (Jn. 15, 1-8). La vid es la planta de la uva, una enredadera, con muchas ramas... y también con muchos ramos de uvas, si es que esa vid da buen fruto. ¿Cómo dar buen fruto? Jesús nos lo explica muy claramente: “quien permanece en Mí y Yo en él, ése da fruto abundante, porque sin Mí nada pueden hacer”. Significa que debemos estar unidos al Señor, como la rama al tallo de la vid. Es evidente, incluso para los que no saben de agricultura ni de viñedos, que si una rama se separa del tallo de la planta, ¡por supuesto! no puede dar fruto, pero además de eso, pierde toda alimentación, termina por secarse y morir. Es lo que le sucede a cualquiera de nosotros que pretenda marchar de su cuenta por esta vida terrena que -creámoslo o no, querámoslo o no- nos lleva irremisiblemente a la vida en la eternidad. Y esa vida en la eternidad será de Vida y de gloria o será de muerte y de condenación, según hayamos permanecido unidos o no al tallo de la vid, que es Jesucristo. En efecto, nos dice esto el Señor en este Evangelio: “Al que no permanece en Mí se le echa fuera, como a la rama, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde”. Palabras fuertes, pero reales, indicativas de qué espera a quienes se separan de Jesús. ¿Cómo estamos unidos a Jesús? San Juan nos explica esto en la Segunda Lectura:”Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos que El permanece en nosotros” (1 Jn. 3, 18-24). Hacer en todo la Voluntad Divina. En esto consiste la unión entre Dios y nosotros: en que hacemos lo que El desea. Y lo que El desea para nosotros es nuestro máximo bien. Lo que nosotros deseamos para nosotros mismos, no siempre es para nuestro bien. San Juan nos advierte en esta carta de que no podemos “amar sólo de palabra, sino de verdad y con obras”. Y ¿cuáles son las obras? Bien claramente había dejado Cristo expresado lo que son las obras: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre del Cielo (Mt. 7, 21.) Las obras, entonces, es hacer la Voluntad de Dios. Orar es necesario, muy necesario. Decir “Señor, Señor” es importante, muy importante. Pero esa oración –si es verdadera, si es sincera- nos lleva con toda seguridad a conformar cada vez más nuestra voluntad con la de Dios, hasta que llegue un momento en que no haya separación entre la Voluntad Divina y la nuestra, porque conformamos nuestra voluntad a la de Dios. A esa “unión de voluntades” se refiere San Juan cuando nos dice en su carta que “si nuestra conciencia no nos remuerde es porque nuestra confianza en Dios es total”. ¡Claro! Cuando lleguemos de veras a confiar totalmente en Dios y en su providencia para nosotros ¿qué nos va a reprochar nuestra conciencia? Nada, pues ya vivimos en Dios. Pero para llegar a eso hace falta mucha oración, muchas purificaciones y sanaciones interiores, muchos actos de entrega a la Voluntad de Dios. La Primera Lectura (Hech. 9, 26-31) nos refiere que las recién fundadas comunidades cristianas “progresaban en la fidelidad a Dios”. “Fidelidad” es otra manera de denominar al cumplimiento de la Voluntad Divina. Quien es fiel a Dios, cumple su Voluntad. Y nos dice este libro de los Hechos de los Apóstoles, el cual nos va narrando en este tiempo pascual los sucesos del comienzo de la Iglesia, que adicionalmente esas comunidades “se iban multiplicando animadas por el Espíritu Santo”. Es decir, esa fidelidad a Dios por parte de los integrantes de las primeras comunidades cristianas iba haciendo crecer a la Iglesia que Cristo había fundado. Buena lección para nosotros, Católicos del siglo 21, que fuimos llamados por Juan Pablo II a una “Nueva Evangelización” y que estamos siendo llamados por Benedicto XVI a la re-evangelización del mundo. ¿Cuál fue el secreto de la primera evangelización? La fidelidad a la Voluntad Divina por parte de los primeros cristianos. Si imitáramos esa fidelidad a la Voluntad de Dios, el Espíritu Santo, que es el alma y el verdadero protagonista de la Evangelización, irá haciendo su labor de santificación y de multiplicación de los miembros de esta Iglesia de hoy, que tanto necesita fortalecerse, motivarse, purificarse, animarse, preservarse y aumentarse, PARA RECREAR al mundo en justicia, misericordia, verdad y amor. Hay otra idea que aparece por duplicado en el Evangelio y en la carta de San Juan: “Si permanecen en Mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá”, dice Jesús en el Evangelio. Y San Juan en su carta: “Pues que cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de El todo lo que le pidamos”. ¿Qué significa esta seguridad que se nos da al pedir en la oración? Significa que la capacidad de intercesión del orante depende, ante todo, de la conformación de su voluntad con la de Dios. Pero significa algo más: cuando una persona se encuentra en esta conformidad de voluntades –la propia con la divina- está unida de tal forma a Dios que no está pidiendo cosas tontas, inconvenientes o innecesarias, sino que es capaz de pedir aquéllas cosas que el Señor quiere otorgarle, la mayoría de ellas referentes a su santificación o a la santificación de otros. El alma así unida a Dios en su voluntad, pide –como dice Cristo en su Evangelio- aquellas “cosas buenas que el Padre Celestial da a quienes se las pidan” (Mt.7, 11).

¡SOMOS SALVADOS POR JESUCRISTO, NO POR UNA SUPUESTA RE-ENCARNACIÓN!

¡SOMOS SALVADOS POR JESUCRISTO, NO POR UNA SUPUESTA RE-ENCARNACIÓN! DOMINGO 4 del Tiempo de Pascua - Ciclo "B" - 29 de Abril de 2012 - Jesucristo no sólo nos ha salvado, sino que nos ha dado mucho más que eso: hacernos hijos de Dios y darnos derecho a una herencia, que es vivir eternamente con Él. Pero comencemos con lo de la salvación, revisando las Lecturas de este Domingo. Nadie más que Jesucristo puede salvarnos, "pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro" (Hech. 4, 12). Así vemos en la Primera Lectura cómo habló San Pedro, el primer Papa, al responder a quienes lo interrogaban pretendiendo juzgarlos por la curación de un lisiado y porque estaban predicando que Jesús había resucitado. Pedro les echó en cara: "Este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos". Jesucristo es el Salvador. Eso se dice ¡tan fácil! y se ha repetido tantas veces... pero no parece tan aceptado como debiera serlo. Al menos, no parece tan aprovechado. La salvación de Jesucristo es gratuita, pero requiere de un esfuerzo de nuestra parte. Sólo debemos aprovechar las gracias que por esa salvación nos han sido dadas. Pero... ¿realmente las aprovechamos? ¿Aprovechamos todas las gracias que el Señor quiere darnos? Además, si nos fijamos bien, no todos aceptamos la salvación que Jesús nos vino a traer. Por citar sólo un ejemplo actual: la re-encarnación. La creencia en ese mito pagano no se queda en pensar que en nuevas vidas seremos otras personas... si es que eso fuera posible. Una de las consecuencias de este engaño que es la re-encarnación, es el pensar que nosotros nos podemos redimir nosotros mismos a través de sucesivas re-encarnaciones, purificándonos un poco más en cada una de esas supuestas vidas futuras. Así que, al creer en la re-encarnación, de hecho estamos rechazando la redención que sólo Cristo puede darnos. Y quedamos de nuestra cuenta para salvarnos. Ahora bien, Jesucristo no sólo vino a salvarnos, es decir, a rescatarnos de la situación de secuestro en que estábamos después del pecado de nuestros primeros progenitores, sino que -como San Juan nos recuerda en la Segunda Lectura- por su gracia "no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que realmente lo somos" (1 Jn. 3, 1-2).Y realmente lo somos, porque Dios nos comunica su Vida, su Gracia; porque, durante nuestra vida en la tierra nos guía como sus hijos que somos. Y, además, porque recibiremos una herencia: el Cielo prometido a aquéllos que se comporten como hijos, es decir, a los que aquí en esta vida seamos obedientes a la Voluntad del Padre. ¿Nos damos cuenta de este privilegio: ser hijos de Dios y poder llamar a Dios "Padre", porque realmente somos sus hijos? Ser “hijo(a) de Dios” se dice tan fácilmente... Pero ¿nos damos cuenta que Jesucristo, el Hijo Único de Dios, no sólo nos ha salvado, sino que ha compartido Su Padre con nosotros, para que seamos también hijos(as)? … ¿Agradecemos a Dios este paternal acto de amor… o lo tomamos como algo merecido? Continúa San Juan explicándonos la dimensión y las consecuencias de este especialísimo privilegio de la filiación divina: "Ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es". San Pablo nos explica así esto mismo en varias citas de sus cartas: "Al presente vemos como en un mal espejo y en forma confusa, pero luego será cara a cara. Ahora solamente conozco en parte, pero luego le conoceré a Él como El me conoce a mí." (1 Cor. 13, 12-13). "Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con Él" (Col. 3, 4). "También los destinó a ser como su Hijo y semejantes a Él... y después de hacerlos justos, les dará la gloria" (Rom. 8, 29-30). En el Evangelio vemos por qué todo esto es así. Jesús se nos identifica de diversas maneras. Una de sus identificaciones favoritas de todos los que somos sus seguidores es ésta de hoy: el Buen Pastor. "Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas" (Jn. 10, 11-17). Y sabemos que Jesús cumplió con esta promesa de dar su vida por cada uno de nosotros, ovejas de su rebaño. Sabemos que su vida la dio, pero, como nos dice en este Evangelio, también la recuperó. Y la recuperó con gloria, porque resucitó. Y con su resurrección nos da a todos los que le seguimos y le imitamos, la gloria que El tiene y que da a las ovejas de su rebaño. ¿Quiénes son las ovejas de su rebaño? Jesús las identifica en este Evangelio. Son los que conocen su voz, porque lo conocen a Él y le siguen. Esos resucitarán como El resucitó y “serán semejantes a Él”, como nos dice San Juan en la Segunda Lectura, porque tendrán la gloria que es suya y que conoceremos cuando lo veamos “cara a cara, tal cual es”.

¡EN LA EUCARISTÍA, NOS ENCONTRAMOS CON EL MISMO CRISTO: SALVADOR, SANADOR, SANTIFICADOR…!

¡EN LA EUCARISTÍA, NOS ENCONTRAMOS CON EL MISMO CRISTO: SALVADOR, SANADOR, SANTIFICADOR…! DOMINGO 3 del Tiempo de Pascua- Ciclo "B" - 22 de Abril de 2012 - El Evangelio de hoy nos narra la primera aparición de Jesucristo resucitado a sus Apóstoles y discípulos reunidos en Jerusalén (Jn. 6, 1-15). Anteriores a esta aparición, la Sagrada Escritura nos narra la de María Magdalena, nos menciona que el Señor se había aparecido también a San Pedro y, adicionalmente, nos cuenta la de dos discípulos suyos que iban desde Jerusalén hacia Emaús. El Evangelio de hoy nos narra el regreso de esos dos discípulos de Emaús a Jerusalén. Cristo se hizo pasar por un caminante más que iba por el mismo sitio y, caminando junto con ellos, “les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a Él”. Luego accedió a quedarse con ellos y “cuando estaba en la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. Fue en ese momento cuando los discípulos de Emaús lo reconocieron... pero Él desapareció. Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. #1346, 1347, 1373, 1374, 1375, 1376, 1377) que la Liturgia de la Eucaristía se desarrolla con una estructura que se ha conservado a través de los siglos y que comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica. Estos momentos son: La Liturgia de la Palabra, que comprende las lecturas, la homilía y la oración universal. La Liturgia Eucarística, que comprende el Ofertorio, la Consagración y la Comunión. Es importante recordar que la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística constituyen “un solo acto de culto”, según nos lo dice el Concilio Vaticano II (SC 56). En efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21). Es lo mismo que sucedió camino a Emaús: Jesús resucitado les explicaba las Escrituras a los dos discípulos, luego, sentándose a la mesa con ellos “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio” (Lc. 24, 13-35).Sin embargo, constituye un error el pensar o el pretender que la presencia de Jesús es igual durante la Liturgia de la Palabra que durante la Consagración y la Comunión. Cristo está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en su nombre”, en los Sacramentos, en el Sacrificio de la Misa, etc. Pero, nos dice el Concilio Vaticano II (SC 7) y la enseñanza de la Iglesia a lo largo de los siglos que “sobre todo (está presente) bajo las especies eucarísticas”. “El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular.” Dice el Catecismo: “En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están ‘contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero’”. Aclara el Catecismo: “Esta presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente”. “Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este Sacramento.” “La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo”. En el Evangelio, en esta primera aparición a los Apóstoles y discípulos reunidos en Jerusalén, Jesús les da todas las pruebas para que se convenzan que realmente ha resucitado. Les disipa todas las dudas que pueden tener y que de hecho tienen en sus corazones. Les demuestra que no es un fantasma, que realmente está allí vivo en medio de ellos. Como nos les bastaba ver las marcas de los clavos en sus manos y pies, les da una prueba adicional: les pide algo de comer, y come. Luego les recuerda cómo El les había anunciado todo lo que iba a suceder y estaba sucediendo ya, y cómo se estaban cumpliendo las Escrituras con su muerte y resurrección. Y ya al final les dice que ellos son testigos de todo lo sucedido y les habla de que “la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados debe predicarse a todas las naciones, comenzando por Jerusalén”. Y eso hacen los Apóstoles. En la Primera Lectura (Hech. 3, 13-19) tenemos un discurso de Pedro quien, aprovechando la aglomeración de gente que se formó enseguida de la sanación del tullido de nacimiento, hace un recuento de cómo sucedieron las cosas y cómo fue condenado Jesús injustamente: “Israelitas: ... Ustedes lo entregaron a Pilato, que ya había decidido ponerlo en libertad. Rechazaron al santo, al justo, y pidieron el indulto de un asesino; han dado muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.”Sin embargo, a pesar de la falta tan grave, del “deicidio” que se había cometido, Pedro les habla de la misericordia de Dios en el perdón: “Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes han obrado por ignorancia, al igual que sus jefes... Por lo tanto, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados”. En la Segunda Lectura (1 Jn. 2, 1-5) también San Juan nos habla del arrepentimiento y del perdón de los pecados. “Les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguien peca, tenemos un intercesor ante el Padre, Jesucristo, el justo. Porque El se ofreció como víctima de expiación por nuestros pecados y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero”. Importante hacer notar cuál es la condición para recibir el perdón de los pecados. Esa condición, no se refiere a la gravedad de las faltas, por ejemplo. No se nos habla de que unas faltas se perdonan y otras no, como si algunas faltas fueran tan graves que no merecerían perdón. ¡Si se perdona hasta el “deicidio”! Se nos habla, más bien, de una sola condición: arrepentirse, volverse a Dios. Es lo único que nos exige el Señor. Por supuesto, el estar arrepentidos tiene como consecuencia lógica el deseo de no volver a ofender a Dios, lo que llamamos “propósito de la enmienda”. Pero, sin embargo, si a pesar de nuestro deseo de no pecar más, volvemos a caer, el Señor siempre nos perdona: 70 veces 7 (que no significa el total de 490 veces) sino todas las veces que necesitemos ser perdonados. ¿Realmente tenemos conciencia de lo que significa esta disposición continua del Señor a perdonarnos?

¡HOY CELEBRAMOS LA MISERICORDIA DE DIOS!

¡HOY CELEBRAMOS LA MISERICORDIA DE DIOS!

Fiesta de la Divina Misericordia - Ciclo "B" - Domingo 2 del Tiempo de Pascua
15 de Abril de 2012 - El Evangelio de este Domingo 2º de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, nos relata una de las apariciones de Jesús a los Apóstoles, después de su Resurrección. Sucedió que se encontraba ausente Tomás, uno de los doce (cf. Jn. 20, 19-31). Y conocemos la historia. Tomás no creyó. Le faltaba ¡tanta! fe que tuvo la audacia de exigir -para poder creer- meter su dedo en los orificios que dejaron los clavos en las manos del Señor y la mano en la llaga de su costado. Terrible parece esta exigencia. Y, nosotros, los hombres y mujeres de esta época ¿no nos parecemos a Tomás? ¿No podría el Señor reprendernos igual que a Tomás? “Ven, Tomás, acerca tu dedo... Mete tu mano en mi costado, y no sigas dudando, sino cree”. ¡Cómo quedaría Tomás de estupefacto! Fue cuando brotó de su corazón aquel: “Señor mío y Dios mío” con que hoy en día alabamos al Señor en el momento de la Consagración. Sin embargo, Jesús prosigue, reclamándole a Tomás y advirtiéndonos a nosotros: “Tú crees porque me has visto. Dichosos los que creen sin haber visto”. Para creer también es indispensable nuestra respuesta a la gracia divina; es decir, también se requiere un acto de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad, por el que aceptamos creer.
En una oportunidad cuando los Apóstoles le pidieron al Señor que les aumentara la Fe, El les hace un requerimiento: tener un poquito de Fe, tan pequeña como el diminuto grano de mostaza (cf. Lc. 17, 5-6). Significa que para tener Fe, el Señor nos pide nuestro aporte: un pequeño granito como el de la mostaza, es decir, nuestro deseo y nuestra voluntad de creer. Esa Fe, entonces, que es a la vez gracia de Dios y respuesta nuestra, nos lleva a creer todo lo que Dios nos ha revelado y, además, todo lo que Dios, a través de su Iglesia, nos propone para creer. Por eso se dice que las verdades de nuestra Fe están contenidas en la Sagrada Escritura y en la enseñanza de la Iglesia Católica. Y esas verdades no son necesariamente comprobables o comprensibles con nuestra limitada inteligencia humana. Son verdades que creemos por la autoridad de Dios, no por comprobación humana. Por eso dice el Catecismo: “La Fe es más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios... Y Dios no puede mentir”. Ahora bien, la primera consecuencia de la Fe es la confianza, pues creer en Dios es también confiar en Él. No basta decir: “yo sé que Dios existe”, sino también “yo confío en Dios, yo confío en Él y estoy en Sus Manos”. En esto consiste la verdadera Fe. Y confiar en Dios significa dejarnos guiar por Él, por Sus designios, por Su Voluntad. Pero... ¿no es nuestra tendencia más bien tratar de que Dios se amolde a nuestros planes y que -incluso- colabore con ellos? Pero el Señor nos dice así: “Vuestros proyectos no son los míos y mis caminos no son los mismos que los vuestros. Así como el cielo está muy alto por encima de la tierra, así también mis caminos se elevan por encima de vuestros caminos, y mis proyectos son muy superiores a los vuestros” (Is. 55,8-9). Por eso decimos: “Hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo” cada vez que rezamos el Padre Nuestro, la oración que el mismo Jesucristo nos enseñó. Se trata de buscar la Voluntad de Dios, para irla cumpliendo y para ir siguiendo los planes de Dios para mi existencia. En esto consiste la verdadera Fe y la confianza en Dios.
Las apariciones de Jesús Resucitado a sus Apóstoles antes de su Ascensión al Cielo, fueron varias. Pero ésta de hoy parece muy importante. No sólo el episodio de Santo Tomás la hace destacar, sino también que en esa misma ocasión el Señor instituyó el Sacramento del Perdón o de la Penitencia o Confesión. “Reciban el Espíritu Santo. A lo que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. ¿Será por el recuerdo de la institución del Sacramento del Perdón de los pecados que hoy celebra la Iglesia la Fiesta de la Divina Misericordia? ¿Será por ello que en el Salmo -el mismo del Domingo de Resurrección- cantamos “La misericordia del Señor es eterna” (Sal. 117). En efecto, este Domingo que sigue al Domingo de Resurrección es la “Fiesta de la Divina Misericordia”. Es una Fiesta nueva en la Iglesia, que tiene la particularidad de haber sido solicitada por el mismo Jesucristo a través de Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca de este siglo, quien murió en 1938 a los 33 años de edad y quien fuera canonizada precisamente en esta Fiesta de la Divina Misericordia del año 2000. Nos dijo el Papa Juan Pablo II el día de la Beatificación de esta Santa de nuestros días: “Dios habló a nosotros a través de la Beata Sor Faustina Kowalska”. La devoción de la Divina Misericordia ya se ha ido difundiendo bastante en todo el mundo. Incluye la imagen de Jesús de la Divina Misericordia, la Fiesta, el Rosario de la Misericordia, la Novena (se inicia cada Viernes Santo y culmina el Sábado antes de la Fiesta), etc.
Con motivo de este Evangelio y de la Fiesta de la Divina Misericordia, veamos qué nos ha dicho el Señor sobre la Confesión a través de Santa Faustina Kowalska: “Cuando vayas a confesar debes saber que Yo mismo te espero en el Confesionario, sólo que estoy oculto en el Sacerdote. Pero Yo mismo actúo en el alma. Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la Misericordia. Llama a la Confesión Tribunal de la Misericordia. Y para acogerse a Él no nos pide grandes cosas: sólo basta acercarse con fe a los pies de mi representante (el Sacerdote) y confesarle con fe su miseria ... Aunque el alma fuera como un cadáver descomponiéndose (es decir, muerta y descompuesta por el pecado) y que pareciera estuviese todo ya perdido, para Dios no es así ... ¡Oh! ¡Cuán infelices son los que no se aprovechan de este milagro de la Divina Misericordia!”¡Hoy es el día de nuestra salvación!

¡RESURRECCIÓN, NO RE-ENCARNACIÓN: JESÚS RESUCITÓ, NO SE RE-ENCARNÓ!

¡RESURRECCIÓN, NO RE-ENCARNACIÓN: JESÚS RESUCITÓ, NO SE RE-ENCARNÓ!

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor ciclo "B" -8 de abril de 2012 - La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra fe cristiana. En la Resurrección de Jesucristo está el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación. Por eso, la celebración de la fiesta de la Resurrección es la más grande del Año Litúrgico, pues si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe... y también nuestra esperanza. Y esto es así, porque Jesucristo no sólo ha resucitado El, sino que nos ha prometido que nos resucitará también a nosotros. En efecto, la Sagrada Escritura nos dice que saldremos a una resurrección de vida o a una resurrección de condenación, según hayan sido nuestras obras durante nuestra vida en la tierra (cfr. Jn 6,40 y 5,29). Así pues, la Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra salvación; es decir, ser santificados por El para poder llegar al Cielo. Y además nos anuncia nuestra propia resurrección, pues Cristo nos dice: “el que cree en Mí tendrá vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6,40).

La Resurrección del Señor recuerda un interrogante que siempre ha estado en la mente de los seres humanos, y que hoy en día surge con renovado interés: ¿Hay vida después de esta vida? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Queda el hombre reducido al polvo? ¿Hay un futuro a pesar de que nuestro cuerpo esté bajo tierra y en descomposición, o tal vez esté hecho cenizas, o pudiera quizá estar desaparecido en algún lugar desconocido? La Resurrección de Jesucristo nos da respuesta a todas estas preguntas. Y la respuesta es la siguiente: seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre (cfr. J.n 5,29 y 6,40). Su Resurrección es primicia de nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad.

La vida de Jesucristo nos muestra el camino que hemos de recorrer todos nosotros para poder alcanzar esa promesa de nuestra resurrección. Su vida fue -y así debe ser la nuestra- de una total identificación de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios durante esta vida. Sólo así podremos dar el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado desde toda la eternidad, donde estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está Jesucristo y como está su Madre, la Santísima Virgen María. Por todo esto, la Resurrección de Cristo y su promesa de nuestra propia resurrección nos invita a cambiar nuestro modo de ser, nuestro modo de pensar, de actuar, de vivir. Es necesario “morir a nosotros mismos”; es necesario morir a “nuestro viejo yo”. Nuestro viejo yo debe quedar muerto, crucificado con Cristo, para dar paso al “hombre nuevo”, de manera de poder vivir una vida nueva. Sin embargo, sabemos que todo cambio cuesta, sabemos que toda muerte duele. Y la muerte del propio “yo” va acompañada de dolor. No hay otra forma. Pero no habrá una vida nueva si no nos “despojamos del hombre viejo y de la manera de vivir de ese hombre viejo” (Rom 6, 3-11 y Col. 3,5-10). Y así como no puede alguien resucitar sin antes haber pasado por la muerte física, así tampoco podemos resucitar a la vida eterna si no hemos enterrado nuestro “yo”. Y ¿qué es nuestro “yo”? El “yo” incluye nuestras tendencias al pecado, nuestros vicios y nuestras faltas de virtud.

La Resurrección de Cristo nos invita también a estar alerta ante el mito de la re-encarnación. Sepamos los cristianos que nuestra esperanza no está en volver a nacer, nuestra esperanza no está en que nuestra alma reaparezca en otro cuerpo que no es el mío, como se nos trata de convencer con esa mentira que es el mito de la re-encarnación. Los cristianos debemos tener claro que nuestra fe es incompatible con la falsa creencia en la re-encarnación. La re-encarnación y otras falsas creencias que nos vienen de fuentes no cristianas, vienen a contaminar nuestra fe y podrían llevarnos a perder la verdadera fe. Porque cuando comenzamos a creer que es posible, o deseable, o conveniente o agradable re-encarnar, ya -de hecho- estamos negando la resurrección. Y nuestra esperanza no está en re-encarnar, sino en resucitar con Cristo, como Cristo ha resucitado y como nos ha prometido resucitarnos también a nosotros. Recordemos, entonces, que la re-encarnación niega la resurrección... y niega muchas otras cosas. Parece muy atractiva esta falsa creencia. Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre ... pero que además tampoco es el mío? Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro propio cuerpo, pero glorificado. Resurrección no significa que volveremos a una vida como la que tenemos ahora. Resurrección significa que Dios dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues al reunirlos con nuestras almas, serán cuerpos incorruptibles, que ya no sufrirán, ni se enfermarán, ni envejecerán. ¡Serán cuerpos gloriosos!

¿Y cuándo será nuestra resurrección? Eso lo responde el Catecismo de la Iglesia Católica, basándose en la Sagrada Escritura: “Sin duda en el “último día”, “al fin del mundo”... ¿Quién conoce este momento? Nadie. Ni los Ángeles del Cielo, dice el Señor: sólo el Padre Celestial conoce el momento en que “el Hijo del Hombre vendrá entre las nubes con gran poder y gloria”, para juzgar a vivos y muertos. En ese momento será nuestra resurrección: resucitaremos para la vida eterna -los que hayamos obrado bien- y resucitaremos para la condenación -los que hayamos obrado mal.

¡QUIEN SACRIFIQUE SU VIDA POR MÍ (JESÚS) Y POR EL EVANGELIO, SE SALVARÁ!

¡QUIEN SACRIFIQUE SU VIDA POR MÍ (JESÚS) Y POR EL EVANGELIO, SE SALVARÁ!



DOMINGO de RAMOS- Ciclo "B" - 1º de Abril de 2012 – En el Domingo de Ramos celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Se llama también este domingo, Domingo de Pasión, pues en este día damos inicio a la Semana de la Pasión del Señor. En efecto, las Lecturas de hoy son todas referidas a la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo. El Evangelio de ese día nos presenta la Pasión según San Marcos. Y en la Primera Lectura (Is. 50, 4-7), el Profeta Isaías nos anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos de su Pasión: “No he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.”

Podemos extraer algunas ideas para meditarlas con cierto detenimiento. La primera de ellas es el momento de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos la noche del Jueves (Mc. 14, 32-54). Este pasaje de la Pasión del Señor lo recordamos también como el primero de los Misterios Dolorosos del Rosario. Jesús se retira a orar con tres de sus Apóstoles, quienes se quedan dormidos, a pesar de haberles Jesús comunicado sus más íntimos sentimientos: “Tengo el alma llena de una tristeza mortal”. Nos dice el Evangelio que Jesús “empezó a sentir terror y angustia”. Y, confirmando lo que ya nos decía el Evangelio del Domingo pasado (5º. de Cuaresma), Jesús, aunque sintió miedo, no iba a pedirle al Padre que lo librara del suplicio que le esperaba. Por ello hace una oración muy impresionante: “Padre, Tú lo puedes todo: aparta de Mí este cáliz. Pero que no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres”. Oración modelo para los momentos difíciles que se nos presentan a todos: “Señor, Tú me conoces, Tú sabes lo que quiero, Tú lo puedes todo. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya; lo que Tú quieras, Señor, no lo que yo quiero”. Así debe ser la oración del que desea seguir a Cristo.

Jesús se sintió más triste aún, al encontrar a los Apóstoles dormidos. Y, luego de manifestarles su tristeza por esa falta de solidaridad, les dijo... y nos dice a nosotros: “Velen y oren, para que no caigan en la tentación”. La oración es indispensable para poder seguir a Cristo. La tentación siempre está presente, pero la oración es poderosa. San Alfonso María de Ligorio decía: “Quien ora se salva. Quien no ora se condena”. Así de importante es la oración para nuestra vida espiritual, especialmente en la lucha contra las tentaciones.

Otro detalle que nos da San Marcos en su relato es que en momento de ser apresado Jesús, “todos lo abandonaron y huyeron”. Ya se los había predicho: “Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa”. El miedo se apoderó de ellos. Y al final, ¿quiénes estaban al pie de la cruz? Su Madre, otras mujeres y San Juan. ¿Y los otros Apóstoles? Ya Pedro se había escandalizado de El: lo había negado tres veces. ¿Y nosotros? ¿No lo hemos negado? ¿Cuántas veces hemos dejado de defenderlo cuando atacan su Nombre, su Iglesia, su Ley? ¿Cuántas veces no lo hemos abandonado por miedo a sus exigencias de amor y de entrega a Él? ¿No nos hemos escandalizado de Él? ¿Podremos, acaso, “romper a llorar” por las veces que lo hemos abandonado, así como sucedió a Pedro, cuando se dio cuenta de su triple pecado? (Mc.14, 66-72)

Cuando ya comienza el proceso que llevaría a su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no niega que lo sea, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de vosotros”(Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va permeando paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena Nueva, es decir, su mensaje de salvación para todo el que crea que El es el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Cielos y Tierra. Y si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es? ¿Cuándo se instaurará? Lo anuncia muy claramente El mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64). “En el lenguaje apocalíptico, las nubes son un signo ‘teofánico’: indican que la segunda venida del Hijo del hombre no se llevará a cabo en la debilidad de la carne, sino en el poder divino” (Juan Pablo II, 22-4-98). Es decir que el Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio; es decir, en la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica # 671-677)

Al contemplar los sucesos de la Pasión del Señor que nos narra el Evangelista San Marcos (Mc. 14, 1 a 15, 47), vemos cómo se cumple lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura: “Cristo, siendo Dios, no hizo alarde de su condición divina, sino que se rebajó a sí mismo” (Flp. 2, 6-11), haciéndose pasar por un hombre cualquiera. Llegó hasta la muerte y a la muerte más humillante que podía darse en el sitio y en la época en que El vivió en la tierra: la muerte en una cruz. Cristo se “anonadó”, es decir, se hizo “nada”, dejándose insultar, burlar, acusar, castigar, torturar, juzgar, condenar, matar, etc. etc. etc. Pero “Dios lo exaltó sobre todas las cosas... para que todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor” (Flp. 2, 9-11). Seguidores de Cristo somos los cristianos. Es lo que nuestro nombre significa. Y El mismo nos ha dicho cómo hemos de seguirlo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues quien quiera asegurar su vida la perderá y quien sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, se salvará” (Mc. 8, 34-35).

LA MUERTE Y LA RENUNCIA AL EGOÍSMO, ESTÁN PENETRADAS POR LA VIDA SALVÍFICA DE CRISTO.

LA MUERTE Y LA RENUNCIA AL EGOÍSMO, ESTÁN PENETRADAS POR LA VIDA SALVÍFICA DE CRISTO.



DOMINGO 5 de Cuaresma - Ciclo "B" - 25 de Marzo de 2012 - En el Evangelio de hoy tiene lugar enseguida de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, donde iba a ser entregado para su Muerte en la cruz. Allí Jesús informó a sus discípulos y a algunos seguidores, lo que estaba a punto de suceder días después: su Pasión, Muerte y posterior Resurrección. Para ello, utiliza la imagen de una semilla que debe morir al ser plantada para dar paso a una vida nueva. Nos habla el Señor de una semilla de trigo, fruto muy utilizado en su tierra, que además se aplicaba muy bien a Él, Quien se nos convertiría después en el mejor fruto que planta de trigo podía producir, ya que a partir del Jueves Santo, Jesús sería para nosotros el Pan Eucarístico. Sin embargo, ¿cómo se aplican a nosotros esas palabras del Señor: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto” ¿Se aplican esas palabras sólo a Él o también a nosotros? ... Si hemos de seguir el ejemplo y las exigencias de Cristo, ciertamente también se aplican a nosotros. Y para comprender el significado de esto debemos pasar a las siguientes palabras del Señor: “El que ama su vida la destruye, y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna” (Jn. 12, 20-33). Ahora bien... ¿puede realizarse la paradoja, la aparente contradicción de perder para ganar, entregar para obtener, morir para vivir? ... Debe ser así, pues es lo que el Señor nos propone cuando nos advierte que quien pretenda conservar su vida la perderá, pero quien la entregue la conservará.

En el diálogo del Señor que nos relata hoy el Evangelio de San Juan, vemos que se estaba dirigiendo a sus discípulos -que eran hebreos- y a unos griegos, seguramente abiertos al mensaje de Jesús, que habían llegado a Jerusalén y querían ver al Maestro. Y sucedió que en este diálogo también interviene Dios Padre. Notemos que Jesús muestra rasgos muy genuinos de su humanidad, pues confiesa a sus oyentes que tiene miedo. “Ahora que tengo miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? Y se contesta enseguida: “No, si precisamente para esta hora he venido”. Jesús no elude el sufrimiento y la muerte, sino que confirma su entrega por nosotros, su entrega a la Voluntad del Padre, Quien muestra su presencia en ese momento. La voz del Padre parece ser una respuesta al Hijo, Quien le pide: “Padre, dale gloria a tu nombre”. Jesús, luego confirma por qué el Padre se ha hecho presente: “Esta voz no ha venido por Mí, sino por ustedes”. Es una nueva oportunidad para fortalecer la fe de los discípulos. Y qué dice el Padre: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Alusión directa a la Resurrección de Cristo, que sucedería -como estaba prometido- al tercer día de su vergonzosa muerte en la cruz. Poquísimas veces se ve la manifestación directa del Padre en los Evangelios, una de ellas –la menos conocida, tal vez- es ésta. Recordemos que allí estaban presentes hebreos y gentiles. Tal vez por ello Jesús luego hace alusión a que su Reino se extendería a todos, judíos y no judíos: “Cuando Yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí”. Nos dice el Evangelista que aludía a su muerte en la cruz. Y sabemos cómo se cumplieron las palabras del Señor, pues después de su Muerte, su Resurrección, su Ascensión y Pentecostés, la Iglesia por El fundada se extendió por todas partes, con la predicación de los Apóstoles.

Nos dijo Jesús que su Reino se extendería a todos, porque iba a ser arrojado el príncipe de este mundo (el Demonio)... y El, a través de su muerte en cruz y por la gloria de su Resurrección, atraería a todos hacia El. Palabras de esperanza y seguridad para todos los que nos dejamos “atraer” por Él, por su doctrina y por su ejemplo. Palabras también de compromiso, porque “dejarnos atraer por Él” significa seguirlo en todo... como Él reiteradamente nos pide. Y “seguirlo en todo” significa seguirlo también en la muerte. Por supuesto esto no significa que todos tengamos que morir en una cruz como Él. Tampoco significa que todos tengamos que sufrir un martirio violento -como algunos sí lo han tenido. Significa más bien ese “morir” cada día a nuestro propio yo. Significa ese “perder la vida” que Jesús nos pide en este pasaje de San Juan y que también nos lo requiere en otra oportunidad, con palabras similares: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la asegurará” (Mt. 16, 25 - Mc. 8, 35 - Lc. 9, 24). De no vivir día a día esa continua renuncia a nosotros mismos, esa continua muerte a nuestro yo, no podremos dar fruto. Seremos “infecundos”. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo”. No dará fruto. Y ¿cuál fue el fruto de Cristo? Lo sabemos bien y nos lo recuerda San Pablo en la Segunda Lectura (Hb. 5, 7-9): “se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”. ¿Cuál será nuestro fruto si optamos por ser fecundos, si optamos por morir con Cristo? Si morimos con Él, viviremos con Él... y también nos salvaremos con Él, pues nuestra oblación, nuestra entrega, unida a Él, dará fruto para nosotros mismos y para los demás: nos salvaremos nosotros y salvaremos a otros. Serán frutos de Vida Eterna para nosotros mismos y para los demás. Es lo que llama Juan Pablo II en su Encíclica “Salvifici Doloris” sobre el sufrimiento humano, “el valor redentor del sufrimiento”.

La Primera Lectura del Profeta Jeremías (Jr. 31, 31-34) nos habla de la Nueva Alianza que Dios establecería con su pueblo. El Señor pondría su Ley en lo más profundo de nuestras mentes y la grabaría en nuestros corazones. Y nos dice: “Todos me van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando Yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados”. Desde una lectura actual de este texto podemos decir que Cristo, entonces, se hizo Hombre y vivió y sufrió y murió y resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos tener acceso nosotros a la resurrección y a la Vida Eterna. El Salmo de hoy es el 50, el Salmo de David arrepentido de su horrible y múltiple pecado. “Crea en mí un corazón puro...Lávame de todos mis delitos y olvida mis ofensas... Devuélveme la alegría de la salvación...” Bellísimo Salmo propio para orar cuando nos queremos arrepentir de nuestros pecados. Muy apropiado para pedir nuestra conversión al Señor, para implorar su misericordia. Próximos ya a la Semana Santa cuando conmemoraremos la entrega total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una nueva Vida a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión.

LA FE SIN OBRAS NO BASTA PARA LA SALVACIÓN.

LA FE SIN OBRAS NO BASTA PARA LA SALVACIÓN.

DOMINGO 4 de Cuaresma - Ciclo "B" - 18 de Marzo de 2012 - La Segunda Lectura y el Evangelio de hoy nos hablan de salvación y condenación, de fe y obras. “El que cree en El, no será condenado. Pero el que no cree, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios” (Jn. 3, 14-21).Duras y decisivas palabras. Palabra de Dios escrita por “el discípulo amado”, el Evangelista San Juan. Palabras que sentencian la importancia de la fe: el que no cree en Jesucristo, Hijo de Dios hecho Hombre...ya está condenado. Pero cabe, entonces la pregunta: ¿el que sí cree... ya está salvado? ¿Basta la fe para que seamos salvados? Esta pregunta necesariamente nos recuerda las diferencias -hasta hace poco infranqueables- entre Católicos y Protestantes. Sólo la fe basta, se adujo en la Reforma que llevó a cabo la lamentable división iniciada por Lutero en 1517.
Fundamentándose en la Sagrada Escritura, la Iglesia Católica siempre ha sostenido que la fe sin obras no basta para la salvación. Traducido a la práctica significa que en el Bautismo recibimos como regalo de Dios la virtud de la Fe y la Gracia Santificante. Y las “obras” consisten en cómo respondemos a ese don de Dios: con buenas obras, con malas obras o sin obras. Para analizar, entonces, si la fe basta para la salvación y si las obras son necesarias, tenemos que referirnos a un documento, titulado “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación”, firmado en 1999 entre la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana, en que se trata precisamente este tema tan importante. De ese histórico documento extraemos las siguientes citas (resaltados nuestros): “Sólo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito, nosotros somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones capacitándonos y llamándonos a buenas obras. (15) “... en cuanto a pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y misericordia renovadora, que Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio, cualquiera que éste sea”. (17) “El ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios... (el ser humano), por ser pecador es incapaz de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios”. (19) “Cuando los católicos afirman que el ser humano “coopera” (en su salvación)... consideran que esa aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la innata capacidad humana”. (20)
En conclusión: no somos capaces, por nosotros mismos, de justificarnos, es decir, de santificarnos o de salvarnos. Nuestra salvación depende primeramente de Dios. Pero el ser humano tiene su participación, la cual consiste en dar respuesta a todas las gracias que Dios nos ha dado y que sigue dándonos constantemente para ser salvados. Eso es lo que la Teología Católica llama “obras”. Nuestra imposibilidad de acceder por nosotros mismos a la salvación es tal, que hasta la capacidad para dar esa respuesta a la gracia divina, no viene de nosotros, sino de Dios. De allí que también San Pablo nos diga: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y El nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya hemos sido salvados...En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios” (Ef. 2, 4-10).
La Primera Lectura nos trae el final del Segundo Libro de las Crónicas (2 Cro. 36, 14-23), y en ella se nos relata cómo se pervirtió el pueblo de Israel, pues todos, incluyendo los Sumos Sacerdotes “multiplicaron sus infidelidades”. Como si fuera poco, despreciaron la palabra que los Profetas, mensajeros de Dios, les llevaban. Llegó un momento, nos dice el relato, que “la ira de Dios llegó a tal grado, ya no hubo remedio”. La ciudad de Jerusalén con su Templo queda destruida por la invasión de los Caldeos, y “a los que escaparon de la espada, los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos”. El reino pasó al dominio de los Persas, cumpliéndose lo anunciado por uno de esos Profetas despreciados, Jeremías. Luego se nos relata el regreso del pueblo de Israel de Babilonia a Jerusalén en los tiempos de Ciro, Rey de Persia. Y esto necesariamente nos trae a un tema candente: ¿Castiga Dios? Cabe, entonces, preguntar: ¿qué es el castigo? ¿Para qué son los castigos? Cuando un padre o una madre castigan a su hijo ¿por qué lo hacen? ¿Por venganza, acaso? O el castigo es la forma de corregir al hijo, para que se encamine por el bien. Es muy importante reflexionar sobre esto, para comprender que “la ira de Dios” y “los castigos de Dios” de que nos hablan la Escritura, especialmente el Antiguo Testamento, son más bien manifestaciones de la misericordia divina. Dios -efectivamente- castiga, pero castiga para que los seres humanos aprendamos a enrumbarnos por el camino adecuado, por el camino que nos lleva a Dios. Es lo que le sucedió al pueblo de Israel con ese exilio de 70 años a Babilonia. Al regresar venían reformados, purificados. Cuando Dios permite un “aparente” mal –en este caso, la expulsión, el exilio y hasta la destrucción del Templo de Jerusalén- es para obtener un mayor bien. Las infidelidades de los seres humanos para con Dios, nuestro Creador y nuestro Dueño, pueden llegar a niveles en que, como nos dice esta Primera Lectura, ya no haya otro remedio. Por eso Dios a veces castiga. Y castiga para que enderecemos el rumbo, para que volvamos nuestra mirada a Él. “Si mi pueblo -sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla: orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, Yo -entonces- los oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.”(2 Crónicas 7, 14) Es orando y convirtiéndonos como Dios nos oirá, perdonará nuestros pecados y sanará nuestra tierra. Antes de que nos llegue el final a cada uno con la muerte o antes de que llegue el final de los tiempos, Dios nos advierte por medio de su Palabra, por medio de las enseñanzas de la Iglesia, por medio de su Madre que se aparece en la tierra para advertirnos, para guiarnos, para llamarnos a la conversión.

“LA LEY DEL SEÑOR ES PERFECTA Y RECONFORTA EL ALMA... ES ALEGRÍA PARA EL CORAZÓN... LUZ PARA ALUMBRAR EL CAMINO”.

“LA LEY DEL SEÑOR ES PERFECTA Y RECONFORTA EL ALMA... ES ALEGRÍA PARA EL CORAZÓN... LUZ PARA ALUMBRAR EL CAMINO”.

DOMINGO 3 de Cuaresma - Ciclo "B" - 11 de Marzo de 2012 - Hoy la Primera Lectura (Ex 20, 1-7) y el Salmo (18) nos hablan de la Ley de Dios. Y la Segunda Lectura (1 Cor. 1, 22-25) y el Evangelio (Jn. 2, 13-25) nos hablan de señales y de comercio.
El trozo del Libro del Éxodo nos trae los preceptos que promulgó el Señor para su pueblo: los Mandamientos de la Ley de Dios, que entregó a Moisés en el Monte Sinaí, esculpidos en piedra. La moral revelada no le quita al ser humano su libertad Profunda. Al contrario, es una experiencia de gozo interior que sana y libera radicalmente. Nos dice el Salmo de hoy (Sal 18): “la Ley del Señor es perfecta y reconforta el alma... es alegría para el corazón... luz para alumbrar el camino”. Muy contrario es esto a lo que el sincretismo seudo-religioso, que hoy está de moda, piensa de los preceptos de Dios. Se busca separar radicalmente la moral de lo religioso. Hay cantantes famosos, que se dicen creyentes, incluso le cantan a Dios o Cristo y practican un libertinaje sexual. Viven de divorcio en divorcio.
Si revisamos bien los Diez Mandamientos, éstos son, como dice el Salmo, una guía invalorable para andar en el camino. Son una síntesis del amor a Dios y del amor al prójimo, y contienen exigencias mínimas para que la sociedad funcione debidamente. Los Mandamientos no son restricciones, ni trabas. Son ayudas que nos ha dado Dios para el bien personal y también para el bien colectivo, pues son normas mínimas de relaciones humanas, para que podamos vivir en convivencia. Mientras mejor se cumplen los mandamientos, mejor estamos en lo personal, en lo social, en lo nacional, en lo internacional. Al leer el pasaje de los mercaderes del Templo de Jerusalén (Jn. 2, 13-25), los cuales fueron expulsados por Jesús a punta de látigo, las mesas de los cambistas volteadas y las monedas desparramadas por el suelo, tenemos que pensar qué nos quiere decir hoy a nosotros el Señor con este incidente. Y sobre todo cuando nos dice: “no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Puede estarse refiriendo a ese mercadeo y comercio, repugnante y dañino, que con mucha frecuencia usamos en nuestra relación con Dios, concretamente en nuestra forma de pedirle a Dios. Si pensamos bien en la forma en que oramos ¿no se parece nuestra oración a un negocio que estamos conviniendo con Dios? “Yo te pido esto, esto y esto, y a cambio te ofrezco tal cosa?” ¿Cuántas veces no hemos orado así? A veces también nuestra oración parece ser un pliego de peticiones, con una lista interminable de necesidades -reales o ficticias- sin ofrecer nada a cambio. A ambas actitudes puede estarse refiriendo el Señor cuando se opone al mercadeo en nuestra relación con El.
Fijémonos que en este pasaje del Evangelio los judíos “intervinieron para preguntarle ‘¿qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?’”. Y, a juzgar por la respuesta, al Señor no le gustó que le pidieran señales. ¿Y nosotros? ¿No pedimos también señales? “Dios mío, quiero un milagro”, nos atrevemos a pedirle al Señor. “Señor, dame una señal”. Más aún: ¡cómo nos gusta ir tras las señales extraordinarias! Estatuas que manan aceite o que lloran lágrimas de sangre, que cambian de posición, etc. Estos fenómenos extraordinarios pueden venir de Dios… o pueden no venir de Dios. Cuando no vienen de Dios sirven para desviarnos del camino que nos lleva a Dios, pues lo que pretende el Enemigo es que nos quedemos apegados a esas señales y que realmente no busquemos a Dios, sino que vayamos tras esas manifestaciones extraordinarias, sean aceite, sangre, lágrimas, escarchas, cambios de postura, etc., como si fueran Dios mismo. Insistimos: estos fenómenos extraordinarios -cuando son realmente de origen divino- son signos de la presencia de Dios y de su Madre en medio de nosotros. Son signos de gracias especialísimas que sirven para llamarnos a la conversión, al cambio de vida, a enderezar rumbos para dirigir nuestra mirada y nuestro caminar hacia aquella Casa del Padre que es el Cielo que nos espera, si cumplimos la Voluntad de Dios aquí en la tierra. Y esas señales son justamente para ayudarnos a que nos acerquemos a Dios. Pero ¿en qué consiste ese acercamiento? ¿En seguir buscando fenómenos extraordinarios? ¿En entusiasmarnos con esas señales como si éstas fueran el centro de la vida en Dios? No. El acercarnos a Dios consiste en que cumplamos su Voluntad, y en que nos ciñamos a sus criterios, a sus planes, a sus modos de ver las cosas. No podemos quedamos en lo externo, en lo que podemos ver y palpar con los sentidos del cuerpo. No podemos seguir buscando estos fenómenos por todas partes, como si fueran el centro de la cuestión, pues el centro de la cuestión es otro: es buscar la Voluntad de Dios para cumplirla a cabalidad.
Y en la Segunda Lectura San Pablo también nos habla de señales: “los judíos exigen señales milagrosas y los paganos (se refería sobre todo a los griegos) piden sabiduría (conocimientos humanos)... Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados por Dios -sean judíos o paganos- Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios”. Así haya muerto en la cruz. “Porque la locura de Dios (la locura de la cruz) es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios (la debilidad de la muerte en la cruz) es más fuerte que la fuerza de los hombres”. Así son los criterios de Dios: contrarios a los criterios de los seres humanos. Pero... seguimos ¡tan apegados! a nuestros propios criterios, creyendo que ésos son los que sirven, olvidándonos de esta importantísima y fuerte afirmación de San Pablo y olvidándonos de lo que mucho antes ya había anunciado el Profeta Isaías: “Así como dista el cielo de la tierra, así distan mis planes de vuestros planes, mis criterios de vuestros criterios” (Is. 55, 9).

    Presentación

    En nuestro país, el grupo Edwards y COPESA son los conglomerados con mayor cantidad de medios de comunicación. La información que recibimos día a día a través de la televisión, los periódicos y las principales revistas forman nuestra manera de ver e interpretar el mundo que nos rodea desde con marcados elementos ideológicos, de los cuales ni siquiera nos damos cuenta.

    Desde esta perspectiva, generar espacios para compartir aquello que nos des-alinea y nos des-aliena de la cultura y la ideología oficial, constituye una necesidad para aquellos que aspiramos a construir una "realidad" diferente, basada en valores humanistas, centrados en la solidaridad y que acogen la potencialidad creativa que existe en cada uno de nosotros.

    El objetivo de esta página web es, precisamente, constituirse como un medio de comunicación y de expresión generado por personas comunes y corrientes, pero que buscan conectarse con lo grande que hay dentro de ellas mismas y entregarlo a los demás a través de la palabra escrita.