EL DEMONIO EXISTE, NEGAR SU PRESENCIA EN EL MUNDO, ES RETROCEDER EN EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD.

EL DEMONIO EXISTE, NEGAR SU PRESENCIA EN EL MUNDO, ES RETROCEDER EN EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD.



DOMINGO 1 de Cuaresma - Ciclo "B" - 22 de Febrero de 2012 - Después de pasar 40 días en retiro ayunando en el desierto, Jesucristo fue tentado por Satanás (Mc. 1, 12-15). Jesucristo fue “sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero a Él no lo llevaron al pecado” (Hb.4,15). Lamentablemente a nosotros las tentaciones sí pueden llevarnos a pecar, pues éstas encuentran resonancia en nuestra naturaleza, la cual fue herida gravemente por el pecado original.

Nadie puede eludir el combate espiritual del que nos habla San Pablo: “Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12). Nadie, entonces, puede pretender estar libre de tentaciones. Es más, Dios ha querido que la lucha contra las tentaciones tenga como premio la vida eterna: “Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman” (Stg. 1, 12).

Las tentaciones de Jesús en el desierto nos enseñan cómo comportarnos ante la tentación. Debemos saber, ante todo, que el demonio busca llevarnos a cada uno de los seres humanos a la condenación eterna. De allí que San Pedro, el primer Papa, nos diga lo siguiente: “Sean sobrios y estén atentos, porque el enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar” (1 Pe. 5, 8). Luego debemos tener plena confianza en Dios. Cuando Dios permite una tentación para nosotros, no deja que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Tenemos que saber y estar realmente convencidos de que, junto con la tentación, vienen muchas, muchísimas gracias para vencerla. “Dios no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. El les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10 ,12). ¿Cómo luchar contra las tentaciones? La oración es el principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de vigilar. “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41). “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba San Alfonso María de Ligorio. Sabemos que tenemos todas las gracias para ganar la batalla. Porque... “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom. 8, 31). Pensemos en Jesús ante las tentaciones en el desierto. El rechazó de inmediato al demonio. No entró en un diálogo con el enemigo, sino que le respondió con decisión y convencimiento. Pensemos, en cambio, en Eva. Analicemos las palabras del Génesis sobre la tentación original: El demonio se acerca y propone un tema de conversación: “¿Así que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del jardín?”. Y la mujer, en vez de descartar a su interlocutor, comienza un diálogo: “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, menos del fruto del árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen siquiera, porque si lo hacen morirán”. Con este diálogo la mujer se expuso a un tremendo peligro. El creyente que sabe lo que Dios ha prohibido no se entretiene en aquella duda, en aquel pensamiento o en darle rienda suelta a aquel deseo, actitudes todas que son la introducción al pecado.

Es muy importante la diferenciación entre “tentación” y “pecado”. La tentación no es pecado. La tentación es anterior al pecado. El pecado es el consentimiento de la tentación. Así que no es lo mismo ser tentado que pecar. Todo pecado va antecedido de una tentación, pero no toda tentación termina en pecado. Una cosa hay que tener bien clara: disponemos de todas las gracias, o sea, toda la ayuda necesaria de parte de Dios para vencer cada una de las tentaciones que el Demonio o los demonios nos presenten a lo largo de nuestra vida. Nadie, en ningún momento de su vida, es tentado por encima de las fuerzas que Dios dispone para esa tentación. Esta doctrina es fundamental. Esto es una verdad contenida en las Sagradas Escrituras: “Dios que es fiel no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas; antes bien, les dará al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10, 13). Las tentaciones son pruebas que Dios permite para darnos la oportunidad de aumentar los méritos que vamos acumulando para nuestra salvación eterna. La lucha contra las tentaciones es como el entrenamiento de los deportistas para ganar la carrera hacia nuestra meta que es el Cielo (cfr. 2 Tim. 4, 7). No somos “un montón de excremento cubierto con nieve (Lutero)” que Cristo, en realidad no purifica. La salvación de Jesucristo transforma realmente al ser humano. Por lo mismo las “obras de la fe” pueden ser santas y lo son por los méritos Cristo.

El poder que tiene el Demonio sobre los seres humanos a través de la tentación es limitado. Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo deseamos. Las tentaciones sirven para que los seres humanos tengamos la posibilidad de optar libremente por Dios. Además, decía un antiguo Padre de la Iglesia, tras la venida de Cristo, Satanás es como un perro atado: puede ladrar y abalanzarse cuanto quiera; pero si no somos nosotros los que nos acercamos a él, no puede morder. Otra costumbre muy necesaria para estar preparados para las tentaciones es la vigilancia y la oración. Bien nos dijo el Señor: “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). Vigilar consiste en alejarnos de las ocasiones peligrosas que sabemos nos pueden llevar a pecar. Ahora bien esta lucha no es contra fuerzas humanas, sino contra fuerzas sobre-humanas, como bien nos describe San Pablo (Ef. 6, 11-18). Por eso hay que armarse con armas espirituales: Confesión Sacramental y Comunión frecuentes, que son los medios de gracia que nos brinda el Señor a través de su Iglesia. Pero no olvidar, por encima de todo, la oración, la cual nos recomienda el Señor directamente y nos recuerda San Pablo también: “Vivan orando y suplicando. Oren todo el tiempo” (Ef. 6, 18).

SIN EL PERDÓN DE CRISTO NO HAY SALVACIÓN NI UNA NUEVA SOCIEDAD.

SIN EL PERDÓN DE CRISTO NO HAY SALVACIÓN NI UNA NUEVA SOCIEDAD.

DOMINGO 7 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 19 de Febrero de 2012 - “Voy a realizar algo nuevo”. Eso nos promete el Señor por boca del Profeta Isaías en la Primera Lectura de este Domingo (Is. 43, 18-25). Se refiere a su obra salvadora. Versículos antes se lee: “Yo soy Yahvé y Yo soy el único Salvador” (Is. 43, 11). Ese “algo nuevo” lo efectúa el Señor realizando su obra de salvación en cada uno de nosotros. Nos dice por boca del Profeta que ese “algo nuevo ya está brotando. Y pregunta: “¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en tierra árida”. El desierto y la tierra árida somos nosotros mismos que, sin Dios, sin aceptar su salvación, sin buscar su perdón por nuestras faltas, somos así: como tierra reseca y árida, donde no pueden crecer los frutos de la salvación que Cristo realizó con su vida, pasión, muerte y resurrección. Estos frutos son históricos y trascendentales a la vez. Los vemos en el diario vivir y traspasan la muerte. Nos llevan al Reino definitivo.

Y cabe preguntar ¿existe salvación fuera de Cristo, existe salvación fuera de la Iglesia fundada por Jesucristo? Este tema es siempre de actualidad y el Papa Juan Pablo II quiso tratarlo con gran claridad y precisión. Y nos dijo que toca este importante tema, para enfrentar “ideas y opiniones erróneas y confusas, presentes en la discusión teológica y entre grupos y asociaciones eclesiales”, ideas que tienden a desconocer a Cristo como Salvador único y universal, y a disminuir la necesidad de la Iglesia de Cristo para la salvación. Tal es el caso, comentaba el Papa, de algunos que piensan y predican un supuesto “carácter limitado de la revelación de Cristo, que encontraría un complemento en las demás religiones”, como si la verdad sobre Dios no pudiera ser captada y manifestada en su totalidad por ninguna religión, ni tampoco por Jesucristo mismo. Nos dice que es erróneo considerar a la Iglesia como un camino más de salvación, junto con otras religiones que serían complementarias a la Iglesia. Pide que se excluya una cierta mentalidad que piensa que “una religión vale por otra”. O -dicho en otros términos- “da lo mismo cualquier religión”. El Papa nos asegura la “unicidad y universalidad salvífica de Cristo y de la Iglesia que El fundó. En efecto, el Señor Jesús constituyó su Iglesia como realidad salvífica: como su Cuerpo, mediante el cual El mismo actúa en la historia de la salvación... El Concilio Vaticano II dice al respecto: ‘El santo Concilio, basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación’ (LG, 14)”. El Papa Benedicto XVI ha profundizado estos argumentos, especialmente en un Documento del año 2007, del que se extraen estos conceptos: Cristo «ha constituido en la tierra» una sola Iglesia y la ha instituido desde su origen como «comunidad visible y espiritual». Ella continuará existiendo en el curso de la historia y solamente en ella han permanecido y permanecerán todos los elementos instituidos por Cristo mismo. «Esta es la única Iglesia de Cristo». Sobre las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma, éstas «no han conservado la sucesión apostólica ni la Eucaristía válida»; «no son Iglesia en sentido propio», sino "Comunidades eclesiales", como dice la enseñanza conciliar y post-conciliar». De todas formas, «en cuanto tales, dichas Comunidades poseen realmente muchos elementos de santificación y verdad, por lo que, sin duda, tienen un carácter eclesial y un consiguiente valor salvífico», reitera. (Del Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 29 de junio de 2007, solemnidad de los Stos. Apóstoles Pedro y Pablo). Como vemos, el Papa Benedicto reitera el valor salvífico que puedan tener esas “comunidades eclesiales”. Eso también lo ha resaltado el Concilio Vaticano II y lo recordaba Juan Pablo II respecto –inclusive- de grupos no-cristianos: “los no cristianos pueden ‘conseguir’ la salvación eterna ‘con la ayuda de la gracia’ si ‘buscan a Dios con sincero corazón’ (LG, 16). Pero en su búsqueda sincera de la verdad de Dios están de hecho ‘ordenados’ a Cristo y a su Cuerpo, la Iglesia. Y, de todos modos, se encuentran en una situación deficitaria si se compara con la de los que en la Iglesia tienen la plenitud de los medios salvíficos” (JP II, 28-1-2000).

La salvación ya fue realizada por Jesucristo. Todos nosotros debemos acogernos a la salvación que El nos ha regalado. ¿Cómo? Sabiéndonos y sintiéndonos necesitados de esa salvación. Todos somos pecadores... sin excepción. Todos necesitamos del perdón que nos trae Cristo con su obra salvadora. Veamos el caso del paralítico de Cafarnaúm, del cual leemos en el Evangelio de hoy, quien no pudiendo hacerlo entrar por la puerta del sitio donde se encontraba Jesús, lo bajaron en su camilla por un agujero que abrieron en el techo y lograron colocarlo frente al Señor. ¿Qué es lo primero que le dice Jesús al paralítico? “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Luego, para demostrar el poder de Dios de perdonar los pecados, le dijo “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Y así fue. “¡Nunca habían visto una cosa igual!” (Mc. 2, 1-12).Cristo nos quiere perdonar. Sólo nos pide el “sí” de que nos habla San Pablo en la Segunda Lectura (2 Cor.1, 18-22). Cristo dio su “sí” incondicional y definitivo. El espera que nosotros también le demos nuestro “sí”, nuestro “amén”, nuestro “así sea”. Y, como nos recuerda San Pablo, que no estemos dando contramarchas: que no sea primero “sí” y después “no”, sino que digamos sí y mantengamos nuestro “sí”. Este sí no se queda en lo más oculto de la conciencia. Se vive en medio de la sociedad. Se refleja en sus estructuras de producción y poder o no se refleja. Desde la perspectiva cristiana un primer paso a un cambio de vida, es el arrepentimiento de una existencia de egoísmos y construir el reino de Dios en medio de las dificultades de este mundo. Un fruto colectivo de esta conversión es una nueva sociedad, más humana y más cristiana.

¡AYER ERA LA LEPRA DEL CUERPO, LO QUE NOS HABLABA DEL PECADO, HOY ES LA LEPRA DEL CONSUMISMO-INDIVIDUALISMO QUE TODO LO CONTAMINA!

¡AYER ERA LA LEPRA DEL CUERPO, LO QUE NOS HABLABA DEL PECADO, HOY ES LA LEPRA DEL CONSUMISMO-INDIVIDUALISMO QUE TODO LO CONTAMINA!



DOMINGO 6 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 12 de Febrero de 2012 - Desde siempre en la predicación y en los comentarios a la Sagrada Escritura, la lepra ha sido considerada como la expresión física de la fealdad y el horror que es el estado de pecado. Sin embargo, mientras la lepra del cuerpo es tan repugnante y tan temida, la de la vida personal y social pasa casi inadvertida.

Según la Ley de Moisés, la lepra era una impureza contagiosa, por lo que el leproso era aislado del resto de la gente hasta que pudiera curarse. En la Primera Lectura vemos que la Ley daba una serie de normas para el comportamiento del leproso, de manera de evitar el contagio con los demás. Se prescribía que debía ir vestido de cierta manera y debía ir anunciando a su paso: “Estoy contaminado! ¡Soy impuro!” (Lv. 13, 1-2.44-46). Se creía también que la lepra era causada por el pecado. Por eso, los leprosos eran considerados impuros de cuerpo y de alma. Todos los demás daban la espalda a los leprosos. Menos Jesús. Son varias las curaciones de leprosos que realiza el Señor. Una de ellas es la del leproso que vemos en el Evangelio de hoy, quien se acerca a Jesús y, de rodillas, le suplica: “Si tú quieres, puedes curarme” Y, Jesús, “extendiendo la mano, lo tocó le dijo: “¡Sí, quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. (Mc. 1, 40-45).

¡Qué grande fe la de este pobre leproso! Y ¡qué audacia! No tuvo temor de acercarse al Maestro. No tuvo temor de que le diera la espalda. La fe cierta no se detiene. Quien tiene fe sabe que Dios puede hacer todo lo que quiere. Para Dios hacer algo, sólo necesita desearlo. Por eso el pobre leproso se le acerca al Señor con tanta convicción. Por eso el Señor le responde con la misma convicción: “¡Sí quiero: Sana!” Nos dice el Evangelista que Jesús “se compadeció”, “tuvo lástima” del leproso. Tiene el Señor lástima de la lepra que carcome el cuerpo. Por eso la cura. Pero más lástima y más compasión tiene aún Jesús de la lepra del pecado que carcome la existencia. Por eso toma sobre sí nuestros pecados para salvarnos, apareciendo El también “despreciado y evitado por los hombres, como un leproso” (Is. 53, 3-40). Es la descripción que hace el profeta Isaías cuando anuncia la Pasión del Mesías.

La Segunda Lectura tomada de San Pablo (1 Cor. 10, 31-11,1) nos habla de la obligación que tiene todo cristiano de hacer todo “para la gloria de Dios”; es decir, pensando antes de actuar si lo que hacemos, cualquier cosa que hagamos, desde comer y beber, es para dar gloria a Dios. Y dar gloria a Dios está en armonía con el amor al prójimo. No se puede no amar al prójimo y glorificar verdaderamente a Dios. No podemos odiar desde nuestro ser íntimo a una persona y amar desde esta misma intimidad a otra persona, sin dejar de estar contaminados con el odio anterior y esta vivencia repercute a su vez, en mi amor a Dios, que se hace falso o estéril. ¡No hay glorificación a Dios sin amor al prójimo!

Hoy la lepra del consumismo-individualismo destruye la fraternidad y su fuente: la espiritualidad. La lógica consumista lo invade todo. Es una contaminación colectiva, masiva y sin control. Nadie se puede quedar fuera, porque perdería la oportunidad de ser feliz. Se tiene la ilusión de que todo se puede comprar, consumir y después votar a la basura. Incluso las doctrinas y dogmas necesarios y fundamentales del cristianismo se aceptan según se puedan acomodar. No es difícil encontrar a una persona soltera que diga que basta usar preservativos para “tener sexo” con su pareja y que sea catequista o animador parroquial. En nuestros tiempos se ora muy poco, se medita muy poco, se piensa muy mal y se quiere vivir el placer del cuerpo como rebelión contra Dios y no como una vivencia que encuentra su centro en la comunión con Dios. Necesitamos sentirnos bien en lo sensible o corporal, pero también en el nivel del gozo espiritual y paz de la conciencia. Para esto es necesaria una armonía ética-religiosa. Es decir, vivir el evangelio y su ética radical, desde la raíz de la vida personal, que hace posible una vida comunitaria y un servicio liberador para los demás.

El consumismo promueve caricaturas de espiritualidad que no transforman al hombre, porque no tienen la presencia de Dios. Pero seducen y producen cierto placer sensorial y cierta adicción. Necesitamos recuperar a la Iglesia como comunidad fraternal y un auténtico sentido de lo divino. Esto no se consume hasta hacerse desechable: nos da vida en abundancia para siempre.

“EL SUFRIMIENTO DE CRISTO: SENTIDO REDENTOR DE NUESTRO PROPIO SUFRIMIENTO”.

“EL SUFRIMIENTO DE CRISTO: SENTIDO REDENTOR DE NUESTRO PROPIO SUFRIMIENTO”.

DOMINGO 5 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 5 de Febrero de 2012 - Uno de los libros más controversiales del Antiguo Testamento es el Libro de Job, pues trata uno de los temas más discutidos y contestados: el sufrimiento humano.
¿Puede un hombre ser inocente y sufrir enfermedades y calamidades? El Libro de Job resuelve este dilema, mostrando el sufrimiento como una oportunidad de purificación para recibir mayores y más abundantes bendiciones. Termina resaltando que Dios, siendo la fuente misma de la Justicia, es enteramente libre para otorgar sus bendiciones dónde, cuándo y a quién quiere. Que los seres humanos suframos, unos más otros menos, cuándo sufrimos y por qué, descansa totalmente en la Voluntad inescrutable de Dios, Dueño del mundo y Dueño nuestro. Pero sabemos, también, que Dios dirige todas sus acciones y todas sus permisiones, a nuestro mayor bien, que es la meta hacia la cual vamos: la Vida Eterna. Job se lamenta, reclama y llega a la desesperación, pero cree en Dios y lo invoca. Sin embargo, después de Cristo nuestra actitud ante el sufrimiento no puede quedarse allí. Si el Hijo de Dios, inocente, tomó sobre sí nuestras culpas, ¿qué nos queda a nosotros?
El Evangelio nos muestra muchas veces a Jesús aliviando el sufrimiento humano, sobre todo curando enfermedades y expulsando demonios (Mc. 1, 29-39). Y sabemos que a veces Dios sana y a veces no, y que Dios puede sanar directamente en forma milagrosa o indirectamente a través de la medicina, de los médicos y de los medicamentos. Todas las sanaciones tienen su fuente en Dios. También puede Dios no sanar, o sanar más temprano o más tarde. Y cuando no sana o no alivia el sufrimiento, o cuando se tarda para sanar y aliviar, tenemos a nuestra disposición todas las gracias que necesitamos para llevar el sufrimiento con esperanza, para que así produzca frutos de vida eterna y de redención. ¿De redención? Así es. Nuestros sufrimientos unidos a los sufrimientos de Cristo pueden tener efecto redentor para nosotros mismos y para los demás.
Porque el sufrimiento humano es tan controversial, el Papa Juan Pablo II tocó el tema con frecuencia, sobre todo en sus visitas a los enfermos, a quienes exhortaba a ofrecer sus sufrimientos por el bien y la santificación propia y de los demás. Y en 1984 nos escribió su Encíclica “Salvifici Doloris” sobre el tema. Allí nos dice, basado en muchos textos de la Sagrada Escritura: “Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento por medio del cual se ha llevado a cabo la redención... Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo” (JP II-SD #19).
Entonces, ¿qué actitud tener ante el sufrimiento, las enfermedades, las calamidades? ¿Oponerse? ¿Reclamar a Dios? Dios puede aliviar el sufrimiento. Lo sabemos. Dios puede sanar. Y puede hacerlo -inclusive- milagrosamente. Pero sólo si Él quiere, y El lo quiere cuando ello nos conviene para nuestro bien último, que es nuestra salvación eterna. Así que en pedir ser sanados o aliviados de algún sufrimiento, debemos siempre orar como lo hizo Jesús antes de su Pasión: “Padre, si quieres aparta de mí esta prueba. Sin embargo, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22, 42). Y, mientras dure la prueba, mientras dure el sufrimiento o la enfermedad, hacer como nos pide nuestro Papa: unir nuestro sufrimiento al sufrimiento de Cristo, para que pueda servir de redención para nosotros mismos y para otros. Es la actitud más provechosa y, de paso, la más inteligente, pues ¿Quién puede oponerse a la Voluntad de Dios? ¿Quién puede cambiar los planes divinos?
Sin embargo, solamente Dios es inocente ante el sufrimiento de los hombres y mujeres de todas las edades y tiempos. El que hace sufrir a su prójimo o lo explota o lo hace morir o lo discrimina o le ocasiona cualquier forma de daño y sufrimiento no es inocente y es responsable del sufrimiento del otro. Nuestra sociedad consumista e individualista tiene estructuras de pecado que son responsabilidad de todos: poderosos y ciudadanos; creyentes y no-creyentes. No podemos justificar ninguna forma de deshumanización. Nadie puede ser neutral frente al dolor del prójimo. La injusticia social no se puede resolver pidiéndole a la gente que espere la felicidad del cielo. Eso es transformar la fe en un “opio del pueblo.” Es lo que han acostumbrado hacer las clases dominantes de todos los tiempos que han utilizado la religión para explotar a los más débiles que mantienen en la pobreza y miseria. Es lo que está ocurriendo hoy en las economías de mercado que mantienen grupos muy pequeños de poder y grandes masas de explotados y marginados. Es el crimen global de potencias como Estados Unidos y Europa que viven en su opulencia contaminando el ecosistema de otras regiones de la tierra o sacrifican a pueblos africanos a morir de hambre para mantener su “perverso capitalismo.” Estos son pecados colectivos que producen mucho dolor, miseria y sufrimiento. Nunca se podrán justificar. El juicio de Dios está sobre esta Sociedad deshumanizada. En medio de estas injusticias viven los cristianos. A veces son mártires o agentes solidarios con los pobres o son los mismos pobres que anuncian y denuncian, participando de los sufrimientos de sus hermanos. Pero nunca justificando la maldad del opresor.

    Presentación

    En nuestro país, el grupo Edwards y COPESA son los conglomerados con mayor cantidad de medios de comunicación. La información que recibimos día a día a través de la televisión, los periódicos y las principales revistas forman nuestra manera de ver e interpretar el mundo que nos rodea desde con marcados elementos ideológicos, de los cuales ni siquiera nos damos cuenta.

    Desde esta perspectiva, generar espacios para compartir aquello que nos des-alinea y nos des-aliena de la cultura y la ideología oficial, constituye una necesidad para aquellos que aspiramos a construir una "realidad" diferente, basada en valores humanistas, centrados en la solidaridad y que acogen la potencialidad creativa que existe en cada uno de nosotros.

    El objetivo de esta página web es, precisamente, constituirse como un medio de comunicación y de expresión generado por personas comunes y corrientes, pero que buscan conectarse con lo grande que hay dentro de ellas mismas y entregarlo a los demás a través de la palabra escrita.