¡QUIEN SACRIFIQUE SU VIDA POR MÍ (JESÚS) Y POR EL EVANGELIO, SE SALVARÁ!

¡QUIEN SACRIFIQUE SU VIDA POR MÍ (JESÚS) Y POR EL EVANGELIO, SE SALVARÁ!



DOMINGO de RAMOS- Ciclo "B" - 1º de Abril de 2012 – En el Domingo de Ramos celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Se llama también este domingo, Domingo de Pasión, pues en este día damos inicio a la Semana de la Pasión del Señor. En efecto, las Lecturas de hoy son todas referidas a la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo. El Evangelio de ese día nos presenta la Pasión según San Marcos. Y en la Primera Lectura (Is. 50, 4-7), el Profeta Isaías nos anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos de su Pasión: “No he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.”

Podemos extraer algunas ideas para meditarlas con cierto detenimiento. La primera de ellas es el momento de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos la noche del Jueves (Mc. 14, 32-54). Este pasaje de la Pasión del Señor lo recordamos también como el primero de los Misterios Dolorosos del Rosario. Jesús se retira a orar con tres de sus Apóstoles, quienes se quedan dormidos, a pesar de haberles Jesús comunicado sus más íntimos sentimientos: “Tengo el alma llena de una tristeza mortal”. Nos dice el Evangelio que Jesús “empezó a sentir terror y angustia”. Y, confirmando lo que ya nos decía el Evangelio del Domingo pasado (5º. de Cuaresma), Jesús, aunque sintió miedo, no iba a pedirle al Padre que lo librara del suplicio que le esperaba. Por ello hace una oración muy impresionante: “Padre, Tú lo puedes todo: aparta de Mí este cáliz. Pero que no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres”. Oración modelo para los momentos difíciles que se nos presentan a todos: “Señor, Tú me conoces, Tú sabes lo que quiero, Tú lo puedes todo. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya; lo que Tú quieras, Señor, no lo que yo quiero”. Así debe ser la oración del que desea seguir a Cristo.

Jesús se sintió más triste aún, al encontrar a los Apóstoles dormidos. Y, luego de manifestarles su tristeza por esa falta de solidaridad, les dijo... y nos dice a nosotros: “Velen y oren, para que no caigan en la tentación”. La oración es indispensable para poder seguir a Cristo. La tentación siempre está presente, pero la oración es poderosa. San Alfonso María de Ligorio decía: “Quien ora se salva. Quien no ora se condena”. Así de importante es la oración para nuestra vida espiritual, especialmente en la lucha contra las tentaciones.

Otro detalle que nos da San Marcos en su relato es que en momento de ser apresado Jesús, “todos lo abandonaron y huyeron”. Ya se los había predicho: “Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa”. El miedo se apoderó de ellos. Y al final, ¿quiénes estaban al pie de la cruz? Su Madre, otras mujeres y San Juan. ¿Y los otros Apóstoles? Ya Pedro se había escandalizado de El: lo había negado tres veces. ¿Y nosotros? ¿No lo hemos negado? ¿Cuántas veces hemos dejado de defenderlo cuando atacan su Nombre, su Iglesia, su Ley? ¿Cuántas veces no lo hemos abandonado por miedo a sus exigencias de amor y de entrega a Él? ¿No nos hemos escandalizado de Él? ¿Podremos, acaso, “romper a llorar” por las veces que lo hemos abandonado, así como sucedió a Pedro, cuando se dio cuenta de su triple pecado? (Mc.14, 66-72)

Cuando ya comienza el proceso que llevaría a su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no niega que lo sea, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de vosotros”(Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va permeando paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena Nueva, es decir, su mensaje de salvación para todo el que crea que El es el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Cielos y Tierra. Y si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es? ¿Cuándo se instaurará? Lo anuncia muy claramente El mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64). “En el lenguaje apocalíptico, las nubes son un signo ‘teofánico’: indican que la segunda venida del Hijo del hombre no se llevará a cabo en la debilidad de la carne, sino en el poder divino” (Juan Pablo II, 22-4-98). Es decir que el Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio; es decir, en la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica # 671-677)

Al contemplar los sucesos de la Pasión del Señor que nos narra el Evangelista San Marcos (Mc. 14, 1 a 15, 47), vemos cómo se cumple lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura: “Cristo, siendo Dios, no hizo alarde de su condición divina, sino que se rebajó a sí mismo” (Flp. 2, 6-11), haciéndose pasar por un hombre cualquiera. Llegó hasta la muerte y a la muerte más humillante que podía darse en el sitio y en la época en que El vivió en la tierra: la muerte en una cruz. Cristo se “anonadó”, es decir, se hizo “nada”, dejándose insultar, burlar, acusar, castigar, torturar, juzgar, condenar, matar, etc. etc. etc. Pero “Dios lo exaltó sobre todas las cosas... para que todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor” (Flp. 2, 9-11). Seguidores de Cristo somos los cristianos. Es lo que nuestro nombre significa. Y El mismo nos ha dicho cómo hemos de seguirlo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues quien quiera asegurar su vida la perderá y quien sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, se salvará” (Mc. 8, 34-35).
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    Presentación

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