¡CON CRISTO PODEMOS HACER LA VOLUNTAD DE DIOS: RECREAR AL MUNDO!

¡CON CRISTO PODEMOS HACER LA VOLUNTAD DE DIOS: RECREAR AL MUNDO! DOMINGO 5 de Pascua - Ciclo "B" - 6 de Mayo de 2012 - El Evangelio de hoy nos trae estas palabras: Vid y ramas. Poda y fruto. Quema y gloria. Palabras que resumen y describen esa bellísima parábola de Jesús: “Yo soy la vid y ustedes las ramas” (Jn. 15, 1-8). La vid es la planta de la uva, una enredadera, con muchas ramas... y también con muchos ramos de uvas, si es que esa vid da buen fruto. ¿Cómo dar buen fruto? Jesús nos lo explica muy claramente: “quien permanece en Mí y Yo en él, ése da fruto abundante, porque sin Mí nada pueden hacer”. Significa que debemos estar unidos al Señor, como la rama al tallo de la vid. Es evidente, incluso para los que no saben de agricultura ni de viñedos, que si una rama se separa del tallo de la planta, ¡por supuesto! no puede dar fruto, pero además de eso, pierde toda alimentación, termina por secarse y morir. Es lo que le sucede a cualquiera de nosotros que pretenda marchar de su cuenta por esta vida terrena que -creámoslo o no, querámoslo o no- nos lleva irremisiblemente a la vida en la eternidad. Y esa vida en la eternidad será de Vida y de gloria o será de muerte y de condenación, según hayamos permanecido unidos o no al tallo de la vid, que es Jesucristo. En efecto, nos dice esto el Señor en este Evangelio: “Al que no permanece en Mí se le echa fuera, como a la rama, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde”. Palabras fuertes, pero reales, indicativas de qué espera a quienes se separan de Jesús. ¿Cómo estamos unidos a Jesús? San Juan nos explica esto en la Segunda Lectura:”Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos que El permanece en nosotros” (1 Jn. 3, 18-24). Hacer en todo la Voluntad Divina. En esto consiste la unión entre Dios y nosotros: en que hacemos lo que El desea. Y lo que El desea para nosotros es nuestro máximo bien. Lo que nosotros deseamos para nosotros mismos, no siempre es para nuestro bien. San Juan nos advierte en esta carta de que no podemos “amar sólo de palabra, sino de verdad y con obras”. Y ¿cuáles son las obras? Bien claramente había dejado Cristo expresado lo que son las obras: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre del Cielo (Mt. 7, 21.) Las obras, entonces, es hacer la Voluntad de Dios. Orar es necesario, muy necesario. Decir “Señor, Señor” es importante, muy importante. Pero esa oración –si es verdadera, si es sincera- nos lleva con toda seguridad a conformar cada vez más nuestra voluntad con la de Dios, hasta que llegue un momento en que no haya separación entre la Voluntad Divina y la nuestra, porque conformamos nuestra voluntad a la de Dios. A esa “unión de voluntades” se refiere San Juan cuando nos dice en su carta que “si nuestra conciencia no nos remuerde es porque nuestra confianza en Dios es total”. ¡Claro! Cuando lleguemos de veras a confiar totalmente en Dios y en su providencia para nosotros ¿qué nos va a reprochar nuestra conciencia? Nada, pues ya vivimos en Dios. Pero para llegar a eso hace falta mucha oración, muchas purificaciones y sanaciones interiores, muchos actos de entrega a la Voluntad de Dios. La Primera Lectura (Hech. 9, 26-31) nos refiere que las recién fundadas comunidades cristianas “progresaban en la fidelidad a Dios”. “Fidelidad” es otra manera de denominar al cumplimiento de la Voluntad Divina. Quien es fiel a Dios, cumple su Voluntad. Y nos dice este libro de los Hechos de los Apóstoles, el cual nos va narrando en este tiempo pascual los sucesos del comienzo de la Iglesia, que adicionalmente esas comunidades “se iban multiplicando animadas por el Espíritu Santo”. Es decir, esa fidelidad a Dios por parte de los integrantes de las primeras comunidades cristianas iba haciendo crecer a la Iglesia que Cristo había fundado. Buena lección para nosotros, Católicos del siglo 21, que fuimos llamados por Juan Pablo II a una “Nueva Evangelización” y que estamos siendo llamados por Benedicto XVI a la re-evangelización del mundo. ¿Cuál fue el secreto de la primera evangelización? La fidelidad a la Voluntad Divina por parte de los primeros cristianos. Si imitáramos esa fidelidad a la Voluntad de Dios, el Espíritu Santo, que es el alma y el verdadero protagonista de la Evangelización, irá haciendo su labor de santificación y de multiplicación de los miembros de esta Iglesia de hoy, que tanto necesita fortalecerse, motivarse, purificarse, animarse, preservarse y aumentarse, PARA RECREAR al mundo en justicia, misericordia, verdad y amor. Hay otra idea que aparece por duplicado en el Evangelio y en la carta de San Juan: “Si permanecen en Mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá”, dice Jesús en el Evangelio. Y San Juan en su carta: “Pues que cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de El todo lo que le pidamos”. ¿Qué significa esta seguridad que se nos da al pedir en la oración? Significa que la capacidad de intercesión del orante depende, ante todo, de la conformación de su voluntad con la de Dios. Pero significa algo más: cuando una persona se encuentra en esta conformidad de voluntades –la propia con la divina- está unida de tal forma a Dios que no está pidiendo cosas tontas, inconvenientes o innecesarias, sino que es capaz de pedir aquéllas cosas que el Señor quiere otorgarle, la mayoría de ellas referentes a su santificación o a la santificación de otros. El alma así unida a Dios en su voluntad, pide –como dice Cristo en su Evangelio- aquellas “cosas buenas que el Padre Celestial da a quienes se las pidan” (Mt.7, 11).
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