Se quedó en mi vacío tu tumba de pena.
La noche indiferente ocultó mi soledad.
Los llantos se fueron, no se pudo ir la tristeza.
Amanecí en los brazos de un sol fantasmal...
Tu recuerdo me apretó las manos.
Tus palabras no se fueron por la noche sideral,
eran tu sutil tesoro que mi corazón guardó.
Tus ojos cerraron el día y miraron la eternidad...
La luz de tu mirada volverá a encenderse,
las flores de tu jardín volverán a florecer...
Estás en la profundidad del ser...
Te encontraré en el fresco oasis de tu dicha...
Eras como un peregrino, inquieto como el mar...
Eras un pájaro azul, de plañideros gemidos...
Eras el silencio solitario del atardecer...
Tu mirada tenía un dejo de melancolía...
Recuerdo tus manos obreras muertas,
ásperas, sencillas, dolorosas, ausentes...
Caminé muchos días por el vacío y la nada.
Me envolvió tu soledad como tumba fría...
Las claridades eternas se me oscurecieron...
Mi pena se me perdió, la tuve que ir a buscar,
la encontré callada, resignada, en los brazos de mi madre;
en la tristeza alada de mi hermana menor...
Tus lágrimas silentes ya se marcharon,
tu cuerpo descendió al silencio de la tierra,
tu voz habla en el secreto de mi alma...
Me dejaste tu muerte como un puente hacia la eternidad...
Autor:
Mario Andrés Díaz Molina
Estudiante Pedagogía en Religión y Filosofía
Universidad Católica del Maule
La noche indiferente ocultó mi soledad.
Los llantos se fueron, no se pudo ir la tristeza.
Amanecí en los brazos de un sol fantasmal...
Tu recuerdo me apretó las manos.
Tus palabras no se fueron por la noche sideral,
eran tu sutil tesoro que mi corazón guardó.
Tus ojos cerraron el día y miraron la eternidad...
La luz de tu mirada volverá a encenderse,
las flores de tu jardín volverán a florecer...
Estás en la profundidad del ser...
Te encontraré en el fresco oasis de tu dicha...
Eras como un peregrino, inquieto como el mar...
Eras un pájaro azul, de plañideros gemidos...
Eras el silencio solitario del atardecer...
Tu mirada tenía un dejo de melancolía...
Recuerdo tus manos obreras muertas,
ásperas, sencillas, dolorosas, ausentes...
Caminé muchos días por el vacío y la nada.
Me envolvió tu soledad como tumba fría...
Las claridades eternas se me oscurecieron...
Mi pena se me perdió, la tuve que ir a buscar,
la encontré callada, resignada, en los brazos de mi madre;
en la tristeza alada de mi hermana menor...
Tus lágrimas silentes ya se marcharon,
tu cuerpo descendió al silencio de la tierra,
tu voz habla en el secreto de mi alma...
Me dejaste tu muerte como un puente hacia la eternidad...
Autor:
Mario Andrés Díaz Molina
Estudiante Pedagogía en Religión y Filosofía
Universidad Católica del Maule