No tenemos piel, nuestros ojos se evaporaron;
nuestro cansancio se desangró... se hizo un peregrino etéreo.
Todo está casi perdido... se quemó casi toda la historia;
se llenó el espacio de excrementos de dioses caídos.
La muerte no quiso tener memoria y dejó de creer...
La utopía fue refutada por la dialéctica del odio...
Murió la trascendencia, la diosa razón se enloqueció.
Quedan las cenizas de un ave inmortal...
La post-humanidad sueña en ser humanidad,
es lo que queda... es el camino del último sol.
Somos el último resto, la resistencia final.
Somos humanos, subversivos;
peregrinos del absoluto,
nos llama la urgencia de su rostro eterno...
Nuestras bocas están llenas de sal, polvo y barro amargo.
Nuestras lenguas se pelan al saborear el fruto del camino.
Nuestros pies reventados, agotan las huellas...
Nos ahoga el mal olor de la atmósfera impía.
Están podridos nuestros sudores y el camino no termina...
Nuestros músculos son como piedras molidas.
Nuestros nervios se agitan como tempestades agónicas.
Nuestros corazones se mueren como especies en extinción...
El cadáver de nuestra esperanza es inmortal:
sabemos que por el camino nos viene a encontrar el último más allá.
Vemos en todas las miradas el resplandor del último horizonte,
el silencio nos mira en el alma, empezamos a caminar;
nos une un eslabón... el cardio-resplandor de un Hombre-Dios...
Autor:
Mario Andrés Díaz Molina
Estudiante Pedagogía en Religión y Filosofía
Universidad Católica del Maule
nuestro cansancio se desangró... se hizo un peregrino etéreo.
Todo está casi perdido... se quemó casi toda la historia;
se llenó el espacio de excrementos de dioses caídos.
La muerte no quiso tener memoria y dejó de creer...
La utopía fue refutada por la dialéctica del odio...
Murió la trascendencia, la diosa razón se enloqueció.
Quedan las cenizas de un ave inmortal...
La post-humanidad sueña en ser humanidad,
es lo que queda... es el camino del último sol.
Somos el último resto, la resistencia final.
Somos humanos, subversivos;
peregrinos del absoluto,
nos llama la urgencia de su rostro eterno...
Nuestras bocas están llenas de sal, polvo y barro amargo.
Nuestras lenguas se pelan al saborear el fruto del camino.
Nuestros pies reventados, agotan las huellas...
Nos ahoga el mal olor de la atmósfera impía.
Están podridos nuestros sudores y el camino no termina...
Nuestros músculos son como piedras molidas.
Nuestros nervios se agitan como tempestades agónicas.
Nuestros corazones se mueren como especies en extinción...
El cadáver de nuestra esperanza es inmortal:
sabemos que por el camino nos viene a encontrar el último más allá.
Vemos en todas las miradas el resplandor del último horizonte,
el silencio nos mira en el alma, empezamos a caminar;
nos une un eslabón... el cardio-resplandor de un Hombre-Dios...
Autor:
Mario Andrés Díaz Molina
Estudiante Pedagogía en Religión y Filosofía
Universidad Católica del Maule