“EL SUFRIMIENTO DE CRISTO: SENTIDO REDENTOR DE NUESTRO PROPIO SUFRIMIENTO”.

“EL SUFRIMIENTO DE CRISTO: SENTIDO REDENTOR DE NUESTRO PROPIO SUFRIMIENTO”.

DOMINGO 5 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 5 de Febrero de 2012 - Uno de los libros más controversiales del Antiguo Testamento es el Libro de Job, pues trata uno de los temas más discutidos y contestados: el sufrimiento humano.
¿Puede un hombre ser inocente y sufrir enfermedades y calamidades? El Libro de Job resuelve este dilema, mostrando el sufrimiento como una oportunidad de purificación para recibir mayores y más abundantes bendiciones. Termina resaltando que Dios, siendo la fuente misma de la Justicia, es enteramente libre para otorgar sus bendiciones dónde, cuándo y a quién quiere. Que los seres humanos suframos, unos más otros menos, cuándo sufrimos y por qué, descansa totalmente en la Voluntad inescrutable de Dios, Dueño del mundo y Dueño nuestro. Pero sabemos, también, que Dios dirige todas sus acciones y todas sus permisiones, a nuestro mayor bien, que es la meta hacia la cual vamos: la Vida Eterna. Job se lamenta, reclama y llega a la desesperación, pero cree en Dios y lo invoca. Sin embargo, después de Cristo nuestra actitud ante el sufrimiento no puede quedarse allí. Si el Hijo de Dios, inocente, tomó sobre sí nuestras culpas, ¿qué nos queda a nosotros?
El Evangelio nos muestra muchas veces a Jesús aliviando el sufrimiento humano, sobre todo curando enfermedades y expulsando demonios (Mc. 1, 29-39). Y sabemos que a veces Dios sana y a veces no, y que Dios puede sanar directamente en forma milagrosa o indirectamente a través de la medicina, de los médicos y de los medicamentos. Todas las sanaciones tienen su fuente en Dios. También puede Dios no sanar, o sanar más temprano o más tarde. Y cuando no sana o no alivia el sufrimiento, o cuando se tarda para sanar y aliviar, tenemos a nuestra disposición todas las gracias que necesitamos para llevar el sufrimiento con esperanza, para que así produzca frutos de vida eterna y de redención. ¿De redención? Así es. Nuestros sufrimientos unidos a los sufrimientos de Cristo pueden tener efecto redentor para nosotros mismos y para los demás.
Porque el sufrimiento humano es tan controversial, el Papa Juan Pablo II tocó el tema con frecuencia, sobre todo en sus visitas a los enfermos, a quienes exhortaba a ofrecer sus sufrimientos por el bien y la santificación propia y de los demás. Y en 1984 nos escribió su Encíclica “Salvifici Doloris” sobre el tema. Allí nos dice, basado en muchos textos de la Sagrada Escritura: “Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento por medio del cual se ha llevado a cabo la redención... Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo” (JP II-SD #19).
Entonces, ¿qué actitud tener ante el sufrimiento, las enfermedades, las calamidades? ¿Oponerse? ¿Reclamar a Dios? Dios puede aliviar el sufrimiento. Lo sabemos. Dios puede sanar. Y puede hacerlo -inclusive- milagrosamente. Pero sólo si Él quiere, y El lo quiere cuando ello nos conviene para nuestro bien último, que es nuestra salvación eterna. Así que en pedir ser sanados o aliviados de algún sufrimiento, debemos siempre orar como lo hizo Jesús antes de su Pasión: “Padre, si quieres aparta de mí esta prueba. Sin embargo, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22, 42). Y, mientras dure la prueba, mientras dure el sufrimiento o la enfermedad, hacer como nos pide nuestro Papa: unir nuestro sufrimiento al sufrimiento de Cristo, para que pueda servir de redención para nosotros mismos y para otros. Es la actitud más provechosa y, de paso, la más inteligente, pues ¿Quién puede oponerse a la Voluntad de Dios? ¿Quién puede cambiar los planes divinos?
Sin embargo, solamente Dios es inocente ante el sufrimiento de los hombres y mujeres de todas las edades y tiempos. El que hace sufrir a su prójimo o lo explota o lo hace morir o lo discrimina o le ocasiona cualquier forma de daño y sufrimiento no es inocente y es responsable del sufrimiento del otro. Nuestra sociedad consumista e individualista tiene estructuras de pecado que son responsabilidad de todos: poderosos y ciudadanos; creyentes y no-creyentes. No podemos justificar ninguna forma de deshumanización. Nadie puede ser neutral frente al dolor del prójimo. La injusticia social no se puede resolver pidiéndole a la gente que espere la felicidad del cielo. Eso es transformar la fe en un “opio del pueblo.” Es lo que han acostumbrado hacer las clases dominantes de todos los tiempos que han utilizado la religión para explotar a los más débiles que mantienen en la pobreza y miseria. Es lo que está ocurriendo hoy en las economías de mercado que mantienen grupos muy pequeños de poder y grandes masas de explotados y marginados. Es el crimen global de potencias como Estados Unidos y Europa que viven en su opulencia contaminando el ecosistema de otras regiones de la tierra o sacrifican a pueblos africanos a morir de hambre para mantener su “perverso capitalismo.” Estos son pecados colectivos que producen mucho dolor, miseria y sufrimiento. Nunca se podrán justificar. El juicio de Dios está sobre esta Sociedad deshumanizada. En medio de estas injusticias viven los cristianos. A veces son mártires o agentes solidarios con los pobres o son los mismos pobres que anuncian y denuncian, participando de los sufrimientos de sus hermanos. Pero nunca justificando la maldad del opresor.
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