EL DEMONIO EXISTE, NEGAR SU PRESENCIA EN EL MUNDO, ES RETROCEDER EN EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD.

EL DEMONIO EXISTE, NEGAR SU PRESENCIA EN EL MUNDO, ES RETROCEDER EN EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD.



DOMINGO 1 de Cuaresma - Ciclo "B" - 22 de Febrero de 2012 - Después de pasar 40 días en retiro ayunando en el desierto, Jesucristo fue tentado por Satanás (Mc. 1, 12-15). Jesucristo fue “sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero a Él no lo llevaron al pecado” (Hb.4,15). Lamentablemente a nosotros las tentaciones sí pueden llevarnos a pecar, pues éstas encuentran resonancia en nuestra naturaleza, la cual fue herida gravemente por el pecado original.

Nadie puede eludir el combate espiritual del que nos habla San Pablo: “Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12). Nadie, entonces, puede pretender estar libre de tentaciones. Es más, Dios ha querido que la lucha contra las tentaciones tenga como premio la vida eterna: “Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman” (Stg. 1, 12).

Las tentaciones de Jesús en el desierto nos enseñan cómo comportarnos ante la tentación. Debemos saber, ante todo, que el demonio busca llevarnos a cada uno de los seres humanos a la condenación eterna. De allí que San Pedro, el primer Papa, nos diga lo siguiente: “Sean sobrios y estén atentos, porque el enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar” (1 Pe. 5, 8). Luego debemos tener plena confianza en Dios. Cuando Dios permite una tentación para nosotros, no deja que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Tenemos que saber y estar realmente convencidos de que, junto con la tentación, vienen muchas, muchísimas gracias para vencerla. “Dios no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. El les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10 ,12). ¿Cómo luchar contra las tentaciones? La oración es el principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de vigilar. “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41). “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba San Alfonso María de Ligorio. Sabemos que tenemos todas las gracias para ganar la batalla. Porque... “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom. 8, 31). Pensemos en Jesús ante las tentaciones en el desierto. El rechazó de inmediato al demonio. No entró en un diálogo con el enemigo, sino que le respondió con decisión y convencimiento. Pensemos, en cambio, en Eva. Analicemos las palabras del Génesis sobre la tentación original: El demonio se acerca y propone un tema de conversación: “¿Así que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del jardín?”. Y la mujer, en vez de descartar a su interlocutor, comienza un diálogo: “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, menos del fruto del árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen siquiera, porque si lo hacen morirán”. Con este diálogo la mujer se expuso a un tremendo peligro. El creyente que sabe lo que Dios ha prohibido no se entretiene en aquella duda, en aquel pensamiento o en darle rienda suelta a aquel deseo, actitudes todas que son la introducción al pecado.

Es muy importante la diferenciación entre “tentación” y “pecado”. La tentación no es pecado. La tentación es anterior al pecado. El pecado es el consentimiento de la tentación. Así que no es lo mismo ser tentado que pecar. Todo pecado va antecedido de una tentación, pero no toda tentación termina en pecado. Una cosa hay que tener bien clara: disponemos de todas las gracias, o sea, toda la ayuda necesaria de parte de Dios para vencer cada una de las tentaciones que el Demonio o los demonios nos presenten a lo largo de nuestra vida. Nadie, en ningún momento de su vida, es tentado por encima de las fuerzas que Dios dispone para esa tentación. Esta doctrina es fundamental. Esto es una verdad contenida en las Sagradas Escrituras: “Dios que es fiel no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas; antes bien, les dará al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10, 13). Las tentaciones son pruebas que Dios permite para darnos la oportunidad de aumentar los méritos que vamos acumulando para nuestra salvación eterna. La lucha contra las tentaciones es como el entrenamiento de los deportistas para ganar la carrera hacia nuestra meta que es el Cielo (cfr. 2 Tim. 4, 7). No somos “un montón de excremento cubierto con nieve (Lutero)” que Cristo, en realidad no purifica. La salvación de Jesucristo transforma realmente al ser humano. Por lo mismo las “obras de la fe” pueden ser santas y lo son por los méritos Cristo.

El poder que tiene el Demonio sobre los seres humanos a través de la tentación es limitado. Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo deseamos. Las tentaciones sirven para que los seres humanos tengamos la posibilidad de optar libremente por Dios. Además, decía un antiguo Padre de la Iglesia, tras la venida de Cristo, Satanás es como un perro atado: puede ladrar y abalanzarse cuanto quiera; pero si no somos nosotros los que nos acercamos a él, no puede morder. Otra costumbre muy necesaria para estar preparados para las tentaciones es la vigilancia y la oración. Bien nos dijo el Señor: “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). Vigilar consiste en alejarnos de las ocasiones peligrosas que sabemos nos pueden llevar a pecar. Ahora bien esta lucha no es contra fuerzas humanas, sino contra fuerzas sobre-humanas, como bien nos describe San Pablo (Ef. 6, 11-18). Por eso hay que armarse con armas espirituales: Confesión Sacramental y Comunión frecuentes, que son los medios de gracia que nos brinda el Señor a través de su Iglesia. Pero no olvidar, por encima de todo, la oración, la cual nos recomienda el Señor directamente y nos recuerda San Pablo también: “Vivan orando y suplicando. Oren todo el tiempo” (Ef. 6, 18).
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