¡AYER ERA LA LEPRA DEL CUERPO, LO QUE NOS HABLABA DEL PECADO, HOY ES LA LEPRA DEL CONSUMISMO-INDIVIDUALISMO QUE TODO LO CONTAMINA!

¡AYER ERA LA LEPRA DEL CUERPO, LO QUE NOS HABLABA DEL PECADO, HOY ES LA LEPRA DEL CONSUMISMO-INDIVIDUALISMO QUE TODO LO CONTAMINA!



DOMINGO 6 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 12 de Febrero de 2012 - Desde siempre en la predicación y en los comentarios a la Sagrada Escritura, la lepra ha sido considerada como la expresión física de la fealdad y el horror que es el estado de pecado. Sin embargo, mientras la lepra del cuerpo es tan repugnante y tan temida, la de la vida personal y social pasa casi inadvertida.

Según la Ley de Moisés, la lepra era una impureza contagiosa, por lo que el leproso era aislado del resto de la gente hasta que pudiera curarse. En la Primera Lectura vemos que la Ley daba una serie de normas para el comportamiento del leproso, de manera de evitar el contagio con los demás. Se prescribía que debía ir vestido de cierta manera y debía ir anunciando a su paso: “Estoy contaminado! ¡Soy impuro!” (Lv. 13, 1-2.44-46). Se creía también que la lepra era causada por el pecado. Por eso, los leprosos eran considerados impuros de cuerpo y de alma. Todos los demás daban la espalda a los leprosos. Menos Jesús. Son varias las curaciones de leprosos que realiza el Señor. Una de ellas es la del leproso que vemos en el Evangelio de hoy, quien se acerca a Jesús y, de rodillas, le suplica: “Si tú quieres, puedes curarme” Y, Jesús, “extendiendo la mano, lo tocó le dijo: “¡Sí, quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. (Mc. 1, 40-45).

¡Qué grande fe la de este pobre leproso! Y ¡qué audacia! No tuvo temor de acercarse al Maestro. No tuvo temor de que le diera la espalda. La fe cierta no se detiene. Quien tiene fe sabe que Dios puede hacer todo lo que quiere. Para Dios hacer algo, sólo necesita desearlo. Por eso el pobre leproso se le acerca al Señor con tanta convicción. Por eso el Señor le responde con la misma convicción: “¡Sí quiero: Sana!” Nos dice el Evangelista que Jesús “se compadeció”, “tuvo lástima” del leproso. Tiene el Señor lástima de la lepra que carcome el cuerpo. Por eso la cura. Pero más lástima y más compasión tiene aún Jesús de la lepra del pecado que carcome la existencia. Por eso toma sobre sí nuestros pecados para salvarnos, apareciendo El también “despreciado y evitado por los hombres, como un leproso” (Is. 53, 3-40). Es la descripción que hace el profeta Isaías cuando anuncia la Pasión del Mesías.

La Segunda Lectura tomada de San Pablo (1 Cor. 10, 31-11,1) nos habla de la obligación que tiene todo cristiano de hacer todo “para la gloria de Dios”; es decir, pensando antes de actuar si lo que hacemos, cualquier cosa que hagamos, desde comer y beber, es para dar gloria a Dios. Y dar gloria a Dios está en armonía con el amor al prójimo. No se puede no amar al prójimo y glorificar verdaderamente a Dios. No podemos odiar desde nuestro ser íntimo a una persona y amar desde esta misma intimidad a otra persona, sin dejar de estar contaminados con el odio anterior y esta vivencia repercute a su vez, en mi amor a Dios, que se hace falso o estéril. ¡No hay glorificación a Dios sin amor al prójimo!

Hoy la lepra del consumismo-individualismo destruye la fraternidad y su fuente: la espiritualidad. La lógica consumista lo invade todo. Es una contaminación colectiva, masiva y sin control. Nadie se puede quedar fuera, porque perdería la oportunidad de ser feliz. Se tiene la ilusión de que todo se puede comprar, consumir y después votar a la basura. Incluso las doctrinas y dogmas necesarios y fundamentales del cristianismo se aceptan según se puedan acomodar. No es difícil encontrar a una persona soltera que diga que basta usar preservativos para “tener sexo” con su pareja y que sea catequista o animador parroquial. En nuestros tiempos se ora muy poco, se medita muy poco, se piensa muy mal y se quiere vivir el placer del cuerpo como rebelión contra Dios y no como una vivencia que encuentra su centro en la comunión con Dios. Necesitamos sentirnos bien en lo sensible o corporal, pero también en el nivel del gozo espiritual y paz de la conciencia. Para esto es necesaria una armonía ética-religiosa. Es decir, vivir el evangelio y su ética radical, desde la raíz de la vida personal, que hace posible una vida comunitaria y un servicio liberador para los demás.

El consumismo promueve caricaturas de espiritualidad que no transforman al hombre, porque no tienen la presencia de Dios. Pero seducen y producen cierto placer sensorial y cierta adicción. Necesitamos recuperar a la Iglesia como comunidad fraternal y un auténtico sentido de lo divino. Esto no se consume hasta hacerse desechable: nos da vida en abundancia para siempre.
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