¿CORRECCIÓN FRATERNA? ¿LOS LAICOS PUEDEN CORREGIR FRATERNALMENTE A UNA AUTORIDAD DE LA IGLESIA?

¿CORRECCIÓN FRATERNA? ¿LOS LAICOS PUEDEN CORREGIR FRATERNALMENTE A UNA AUTORIDAD DE LA IGLESIA?



DOMINGO 23 del Tiempo Ordinario - Ciclo "A" - 4 de Septiembre de 2011 - Las lecturas de este Domingo nos presentan una faceta importante, aunque muy delicada, del amor al prójimo. Se trata de la corrección fraterna; es decir, de cómo corregir a los demás de acuerdo a las instrucciones que nos da Jesús en el Evangelio de San Mateo (Mt. 18, 15-20).Se trata de la obligación que tenemos todos aquéllos que tienen personas a su cargo: padres de familia, educadores, superiores, pastores del pueblo de Dios, etc. de corregir, de no dejar pasar las faltas que deben ser corregidas, pero de hacerlo cómo nos lo indica tan claramente el Señor en este Evangelio.

En la Segunda Lectura, San Pablo nos habla de la “deuda del amor mutuo” que tenemos para con nuestro prójimo (Rm. 13, 8-10). Y una de esas deudas es la corrección debidamente hecha. Veamos sólo unos ejemplos de nuestros días: la perversión sexual ¿qué ha traído como consecuencia? Destrucción de las familias, hijos abandonados, enfermedades incurables, el desprestigio de la Iglesia, etc. La avaricia por dinero y por bienes ha causado robos, asesinatos, tráfico de drogas, corrupción, etc. ¿A qué se deben todos estos males? A que los hombres y mujeres de hoy hemos dejado de considerar a lo divino como centro de los valores humanos y trascendentales.

Cuando faltamos a una ley, a una exigencia o a algún consejo de Dios, los efectos no son neutros. El mal no es una mera opinión. La persona humana de carne y hueso comete errores. El tema no es negar esta realidad, es como se hace posible una rectificación, un cambio de actitud. Vivimos en sociedad. Los demás tienen que ver con mi vida, porque los afecta mi forma de vivir, de compartir con ellos. Mi mal los daña y viceversa. Ellos tienen derecho a decirme algo, incluso es un deber mutuo. Jesús nos da con mucha precisión la forma como debemos corregirnos unos a otros. Primer Paso: “Si alguien comete un pecado, amonéstalo a solas”. Segundo Paso: “Si no te hace caso, hazlo delante de dos o tres testigos”. Tercer Paso: “Si ni así te hace caso, díselo a la comunidad”. Cuarto Paso: “Si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él”. La experiencia muestra que cuando corregimos a otro u otros de una manera distinta a este orden que nos indica el Señor, se crean problemas, pues el corregido se siente atacado injustamente. Por ejemplo, si alteras el orden y haces el segundo o tercer paso de primero, se interpreta que has hecho un chisme. Si haces el cuarto paso, sin pasar por los otros tres, estás faltando a la caridad, pues aunque la persona a corregir sea culpable de algo, no puedes alejarte sin darle alguna explicación o sin que al menos entienda por qué te estás alejando. Ahora bien... ¿qué significa “apartarse de él”? No significa despreciar a la persona, no tratarla o no saludarla. Apartarse significa diferenciar el pecado del pecador. Significa, ante todo, no seguir sus proposiciones, ni sus caminos. Pero podría significar, además, “sacudirse el polvo de las sandalias” (Mt. 10, 14), como también aconsejó Jesús a sus discípulos para cuando no fueran escuchados. Otra cosa que hay que tener en cuenta es que corregir -cuando hay que corregir- es una obligación ineludible. Para aquéllos a quienes el Señor les ha dado responsabilidad sobre otros, la corrección no se puede evadir. Esto es especialmente importante para los padres que muchas veces temen corregir a sus hijos por miedo a no ser queridos por ellos.

En la Primera Lectura del Profeta Ezequiel (Ez. 33, 7-9), el Señor es muy severo con respecto personas que, teniendo la obligación de corregir a otros, no lo hacen. “Si Yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero Yo te pediré cuenta de su vida. En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida”. ¿Qué significa esto? ¿Qué conexión hay entre esta lectura del Profeta Ezequiel y el consejo de Cristo sobre la corrección fraterna? Son los dos extremos, las dos caras de la misma moneda. Significa que, aquéllos que teniendo responsabilidad para con otros, prefieren no corregir a quienes hay la obligación de corregir y dejan pasar las cosas por miedo a ser rechazados, por miedo a perder popularidad, por miedo a ser tachados de intransigentes o por miedo al conflicto, corren el riesgo de ser ellos mismos amonestados por Dios por no cumplir su responsabilidad. Ahora bien, no siempre depende de nosotros el buen resultado de la corrección, pues a veces, aún siguiendo el orden que el Señor nos da, el otro puede rechazarla. Por el contrario, depende siempre de nosotros el buen resultado, cuando somos nosotros los corregidos. El dejarse corregir es un deber tan importante, como corregir. Pero, la pregunta es ¿puede un laico corregir a un consagrado, sea quien sea, siguiendo los pasos que nos enseña Jesús? Si se justifica, no sólo puede, DEBE. Pero, esto no está suficientemente configurado en la práctica. Un laico que denuncia a un consagrado se encuentra, no con un “humilde pastor” sino con un Poder Establecido. Entonces se produce una situación conflictiva, muy poco fraternal, por no decir, nada de fraternal. Esto es captado de una manera muy crítica por no pocas personas. Por miles. Ellos chocan con este “Poder” que no deja ver la “espiritualidad de comunión” que está más en la teoría. Los que están acostumbrados a mandar y se engañan a sí mismos, porque consultan a los laicos, pero deciden ellos, no ven esto. El tema no es fácil porque se trata de armonizar realmente de una vez por todas, lo jerárquico con lo fraternal, con los derechos de los fieles, no sólo con los deberes. Esta síntesis, tan necesaria, no se ve en un horizonte cercano. Esto tiene un precio muy caro. Desde las bases se ve esta realidad. ¡Hay que escuchar a los laicos sinceros, también tienen al Espíritu Santo! ¡También pueden y deben corregir!
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