LIBERTAD Y DISCERNIMIENTO DE LOS HIJOS DE DIOS.

Reflexiones Teológicas Dominicales. 25-enero-2015. La psicología moderna insiste en que desde el comienzo de la vida, el hombre necesita de una ley. No se madura ni se crece humanamente sin poner límites a los propios gustos e instintos. Esta misma ley brota de la dimensión comunitaria del hombre por lo mismo las instituciones reglamentan esta necesidad de poner límites a las pulsiones y deseos humanos. De lo contrario no sería posible la vida social. Sin embargo, la misma vida humana tiene una cierta evolución y dinamismo que hace necesario ir adecuando en el tiempo las leyes que regulan el equilibrio que se hace necesario mantener para ser posible la convivencia. En esto las leyes pueden fallar cuando se quedan muy atrasadas en el tiempo, bloqueando y obstaculizando en vez de favorecer un desarrollo normal de esta relación entre seres humanos. Esta situación anterior se proyecta en la dimensión religiosa. Aquí la ley adquiere un carácter sagrado. Pero también se corre el riesgo de caer en un legalismo y en una desviación narcisista que quita a Dios del centro de la vida, reemplazándolo por una auto-complacencia y auto-búsqueda egoístas. La ley en estos casos se confunde con la opresión y esclavitud interior. Ambas situaciones son incompatibles con la vocación cristiana a la libertad. 1.- El cristiano tiene una relación familiar con Dios. Es una relación de amor, de confianza, incluso ternura que hace de Dios a un padre amoroso con el cual se puede hablar de un tu a tu. Lo anterior fue anunciado por Jesucristo como un mensaje de salvación. Esto escandalizó al mundo judío. Pues los pecadores eran recibidos por Jesús como los predilectos del Padre. Él les pedía un cambio de actitud más bien que un cumplimiento de la ley mosaica. Sin embargo, esto no significa desvalorar la función de la ley sino ubicar sobre ella el valor central del amor transformante de Dios que la ilumina y le da su sentido. Tampoco la libertad se puede entender en un sentido meramente sociológico lo cual nos haría caer en otra forma de alienación que hace perder el sentido salvífico que tiene que tener el librarse de la ley como lo entiende San Pablo. Lo esencial en la enseñanza paulina es que Dios gratuitamente nos salva, nos redime y nos libera de la esclavitud del pecado y de la ley. Por nosotros mismos no podemos salvarnos. Necesitamos de una regeneración que viene de Cristo como fuente de purificación de nuestras raíces más profundas. Hay una fuerza interior que produce una nueva dinámica en la espiritualidad o moralidad humanas: El Espíritu Santo. Esta realidad trascendente hace posible ir más allá de las obligaciones generales, llega al fondo del hombre, donde ninguna ley puede orientar ni iluminar. Por eso, lo primero es tener una experiencia de Dios y no partir del cumplimiento de normas u obligaciones. 2.- Primero está Dios, nuestra libertad y después nuestra moralidad. Es importante el discernimiento y buscar siempre lo que agrada a Dios. Esto último se comprende por nuestra relación familiar con el creador. Es un dialogo que busca saber qué es lo que le agrada a nuestro Padre Dios a quien amamos y a la vez se hace presente en nuestras vidas por medio del amor. Esto supone siempre superar los esquemas humanos que están acomodados a los anti-valores de un espíritu contrario a Dios y que están alejados de su influjo transformador. El cristiano tiene una nueva forma de conocer y experimentar la vida moral. Se identifica con Dios y deja que este actué en su ser. Para hacer un discernimiento de la autenticidad de esta vida espiritual es necesario saber distinguir los signos de una elección acertada es la ortopraxis. En este proceso de discernimiento es posible detectar desviaciones, producidas más bien por debilidad que por malicia. Sin negar tampoco la posibilidad de una real transgresión. Esto justifica mantener una normativa moral, que sirva como guía o recordatorio permanente. Somos débiles y con demasiada facilidad cometemos errores morales. Las normas morales nos ayudan a reconocer esto. Nuestro estado actual es imperfecto. Existirá siempre el peligro de caer en dos extremos negativos: La esclavitud de la ley y el libertinaje. 3.- Toda moral supone optar por ciertos criterios de valoración y, para vivir los valores siempre se tendrá que asumir el límite de lo negativo-positivo que esta opción establece para hacer posible la realización de una vivencia moral. En el cristianismo, moral y religación están esencialmente unidas. El bien es un fruto de la relación del hombre o mujer con Dios. Todo bien verdadero que podamos encontrar en cualquier persona creyente o no-creyente o en cualquier cultura o religión, tiene su origen en Dios. Este bien deseado o realizado libremente, que se puede justificar por creencias o doctrinas diversas, para los cristianos será siempre un fruto de la redención de Jesucristo. En todas las culturas y religiones han existido hombre y mujeres que asumiendo la libertad personal y discerniendo para hacer el bien y evitar el mal, han crecido en espiritualidad y humanidad. Esto es posible porque el anhelo de verdad, bondad y belleza que hay en el espíritu humano es un impulso que viene de Dios, que por la acción redentora de Cristo, por quien fueron creadas todas las cosas, se manifiesta como hecho cultural moral y religioso. La pedagogía divina rescata a los seres humanos a través de sus errores y equivocaciones. Esto se desarrolla en la historia. La Iglesia es un sacramento universal de esta presencia de Dios en el mundo. Por esta razón se puede decir que el Evangelio, es una Buena Noticia de salvación y purificación que toda cultura y religión necesitan recibir como don divino para conocer el rostro verdadero de Dios. Conclusión: A pesar de nuestra fragilidad, por la acción redentora de Jesucristo podemos caminar hacia la libertad y el discernimiento y vivir el ideal evangélico en camino a la plenitud del Reino definitivo de Dios. La presencia salvífica de Dios es universal, todo hombre y mujer de buena voluntad, es tocado/a por el amor redentor de Jesucristo. En el cristiano esto es consciente como fe confesada y vivida, suponiendo la sinceridad y acción de la gracia de Dios. Libremente crecemos en la verdad espiritual y bien moral, Dios respeta nuestro ritmo y desarrollo personal y situacional. Necesitamos orar siempre y en todo momento, para discernir lo bueno y lo malo, en comunión con nuestro Dios-trino, creador y salvador. Sin la gracia de Dios no hay moral cristiana y nuestra libertad personal no logra su plenitud. Mario Andrés Díaz Molina: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule. Estudiante de Magister en Ciencias Religiosas y Filosóficas. Mención Filosofía. UCM.
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