¡EN MEDIO DEL BRUTAL RUIDO DEL CONSUMISMO, HAY UN HUMILDE ÁNGEL QUE ANUNCIA: NACIÓ EL SALVADOR!

¡EN MEDIO DEL BRUTAL RUIDO DEL CONSUMISMO, HAY UN HUMILDE ÁNGEL QUE ANUNCIA: NACIÓ EL SALVADOR!



Solemnidad de la Natividad del Señor - Ciclo "B" - 25 de Diciembre de 2011. El primer anuncio del Nacimiento de Dios-Hombre fue hecho a los Pastores -a los campesinos de la época- que cuidaban sus rebaños en las cercanías de Belén. De toda la humanidad, Dios escogió a estos pobres, humildes y sencillos hombres para ser los primeros en llegar a conocerlo.

Un Ángel se les apareció la noche de la Primera Navidad anunciándoles: “Vengo a comunicarles una buena nueva... hoy ha nacido el Salvador que es Cristo Señor” (Lc. 2, 11). Si bien los Pastores sienten “un miedo enorme” cuando “el Ángel del Señor se les apareció y los rodeó de la claridad de la Gloria del Señor” (Lc. 2, 9), no se sorprendieron ante el anuncio que se les hiciera. Ellos esperaban al Salvador. A causa del pecado de nuestros primeros progenitores, la humanidad se encontraba a oscuras, derrotada, pues había perdido el acceso al Cielo.

Los Profetas del Antiguo Testamento, especialmente Isaías (Is. 9, 1-3 y 5-6) nos hablan de que la humanidad se encontraba perdida y en la oscuridad, subyugada y oprimida, hasta que vino al mundo “un Niño”. Entonces “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz ... se rompió el yugo, la barra que oprimía sus espaldas y el cetro de su tirano”. Isaías profetiza con 700 años de anticipación el nacimiento de un niño que sería “Dios poderoso”, “Príncipe de Paz”, que vendría a establecer un reinado de Paz “para siempre”. Podemos imaginar, entonces, la alegría que deben haber sentido los Pastores cercanos a la cueva de Belén cuando el Ángel se les aparece en la Noche de Navidad y les dice: “Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido en la ciudad de David, un salvador, que es el Mesías, el Señor”. (Lc. 2, 1-14) Se cumple así la esperanza de redención del género humano; es decir, se nos abren nuevamente las puertas del Cielo. Ya el destino final de los seres humanos no tiene que ser el Infierno. Por eso San Pablo nos dice que “la gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres ... para que vivamos de una manera sobria, justa y fiel a Dios, en espera de la gloriosa venida del gran Dios y Salvador, Cristo Jesús” (Tt. 2, 11-14).

Y sucedió que mientras el Ángel de Señor les hablaba a los pastores, aumentó el resplandor luminoso que los cubría, al aparecer una multitud de otros Ángeles que “alababan a Dios” cantando una suave y gozosa melodía: “Gloria a Dios en lo más alto del Cielo, y en la tierra, gracia y paz a los hombres” (Lc. 2, 14). Sabemos que los Pastores creyeron sin dudar lo que se les había anunciado y se dijeron: “Vamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos dio a conocer” (Lc. 2, 15). El texto griego dice literalmente: "Veamos esta Palabra que ha ocurrido allí". Sí, ésta es la novedad de esta noche: se puede mirar la Palabra, pues ésta se ha hecho carne. Aquel Dios del que no se debe hacer imagen alguna, porque cualquier imagen sólo conseguiría reducirlo, e incluso falsearlo, este Dios se ha hecho, él mismo, visible en Aquél que es su verdadera imagen, como dice San Pablo (cf. 2 Co 4, 4; Col 1, 15). (Benedicto XVI-Navidad 2009)

Fueron presurosos y, tal como les fuera dicho “hallaron a María, a José y al recién nacido acostado en la pesebrera” (Lc. 2, 16). Si Dios el Señor les manifestó a los pastores su presencia en el mundo a través del anuncio angélico, debe haberles también manifestado su Divinidad a éstos, sus primeros visitantes, pues según dicen algunas traducciones de la Escritura “cuando los pastores lo vieron, comprendieron lo que les había sido dicho sobre este Niño”.

La señal de Dios, la señal que ha dado a los Pastores y a nosotros, no es un milagro clamoroso. La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en Niño; se deja tocar y pide nuestro amor. Y así nos invita a ser semejantes a Él en la humildad. (Benedicto XVI-Navidad 2009) La gracia de Dios debe haber tocado a estos sencillos hombres muy profundamente, causándoles una fuerte renovación espiritual, por lo cual “después se fueron glorificando y alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído era como se lo habían anunciado” (Lc. 2, 20). Los Pastores son de esos “pobres en el espíritu” que luego Jesús el Salvador menciona en Sus Bienaventuranzas, “que de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 3)... Y ese Reino también está presente hoy en medio de este mundo que se intentó construir sin lo divino y que hoy se vuelve contra el hombre que dejó de ser un fin y ahora es un medio para producir bienes. El Reino es recuperar y restaurar la dignidad humana de los hijos e hijas de Dios, que hace posible una vida fraternal iluminada por Dios.
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