DIÁLOGO Y MÁSCARAS SOCIALES EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL MAULE.

DIÁLOGO Y MÁSCARAS SOCIALES EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL MAULE.

En el medio universitario de la Universidad Católica del Maule se reproduce el estado actual de ambivalencia que vive nuestra sociedad chilena: la clara descristianización de nuestra cultura chilena, que ha adquirido una “rapidez desconstructiva” y el proceso lento de un “conservantismo católico” que hace tiempo ha excluido otras sensibilidades católicas que legítimamente tienen una mejor recepción en el hombre o mujer inquietos de hoy. Los discursos valóricos, teológicos y socio-culturales de este “paradigma sobreviviente” se manifiestan entre las ruinas y nuevas edificaciones que su “fe católica razonada” intenta sintetizar para proponer a “sujetos” que no respiran o no pueden o no quieren respirar en esta atmósfera que se siente como muy reaccionaria y poco dialogante con la diversidad que hoy se presenta entre los católicos contemporáneos. Esto es una sensación, es un pre-juicio, o no es completamente así lo que está ocurriendo, pero es lo que predomina como impresión en una masa importante de estudiantes que no viven la fe católica y ni siquiera desean realizar un diálogo auténtico con la Iglesia. En forma fragmentada expresa una realidad. Se rechaza o se aparenta aceptar esta fe. Aparentar es clave para algunos que así se infiltran en el medio o sobreviven en él. Esto falsea o dificulta la realización de un diálogo auténtico que permita construir positivamente una nueva alternativa inclusiva. No falta un “pequeño resto de fieles” que no se sabe posicionar al interior de la Universidad.
En el mismo tema del diálogo que se intenta construir al interior de las aulas y foros se hace evidente la disfuncionalidad de los medios y fines. Hay que entrar en un ambiente de doble cara: “una que se muestra ante la Escuela o facultad y profesores” y otra que se muestra en “los pasillos o carretes”. No ver esto es engañarse o querer engañar.
Alguien podría decir con cierta certeza que: “El diálogo como actitud presupone una voluntad de cortesía, estima, simpatía y bondad por parte de quien emprende el diálogo y debe ir acompañada de la actitud de escucha en quien habla, para poder disponer a la confianza, dejando espacio para la respuesta. El diálogo auténtico debe estar atento a no convertirse en monólogo, deseo de dominar al otro o negación del otro cerrándose al diálogo”. Esto es esencial, sin embargo, hay algo que está en el fundamento de todo lo anterior: el diálogo debe partir de una cierta “verdad personal” del dialogante. Es decir, el contenido y el sujeto del diálogo son verdaderos o expresan una realidad. No hay un intento de engañar al interlocutor con una “falsa imagen de la identidad” o una “máscara”, ejemplo, aparentar ser católico y profesar otra religión o simplemente no ser creyente o engañar con un “contenido dialógico ficticio”, ejemplo, decir querer una cosa y en realidad se quiere otra cosa. Sería una caricatura de diálogo, que no busca dialogar sino engañar y manipular.
Lo anterior es muy importante, porque hoy la gente sabe que hay que ocultar lo que más se pueda el egoísmo y la mala intención. Vivimos en “una sociedad de la apariencia”. Hay que “blanquear la imagen.” Esto es muy fuerte en las generaciones más jóvenes de nuestra sociedad. Es un arte el saber aparentar y engañar. Hay una cultura del cinismo que se hace cada vez más afín con estos tiempos pragmáticos e individualistas.
No sabemos distinguir con facilidad las “máscaras” de las “personas reales” que se nos presentan en el “mercado omnipresente” de nuestro horizonte social y público.
Se llega al extremo de exigir que la sociedad acepte la máscara como sujeto social. Todos debemos guardar silencio o no desmentir a quien está engañando a una institución con una falsa identidad. Hacerlo es ser traidor o delator. Esto establece un mundo de relaciones falsas y denigrantes, porque se presiona a quienes viven con sinceridad valores y principios, que para ellos son importantes, incluso fundantes de la existencia y tienen que ser avales de “personas camufladas.” El paroxismo de esta situación es pretender dialogar desde esta falsedad, incluso calificar de intolerante a quién no acepta entrar en esta farsa.
La tolerancia tiene límites, pero se necesita que sea permanente; y el diálogo se debe siempre realizar con quién quiere dialogar. Esto es un principio. Pero, hoy la manipulación de la apariencia, el residuo más nefasto de la falsificación ideológica, presiona violentamente para ocupar el mismo “lugar valórico” que la veracidad. Esto lleva a una destrucción de la confianza real. Aparentemente se puede esperar que funcione algún acuerdo en la medida que se comprueba que los intereses que se buscaron asegurar mantienen su forma tangible y están controlados por los involucrados. Inevitablemente esta manipulación nos lleva a un cinismo existencial donde el diálogo pasa a ser un eco de otro mundo que un día fue y que hoy es casi una leyenda ingenua, una apariencia social. Sin embargo, sí se quiere establecer una comunicación auténtica se hace vital recuperar un diálogo de personas y no de máscaras. En resumen: el diálogo para que sea tal debe estar basado en la veracidad y en la búsqueda de una “verdad fundamental en la cercanía” que establezca un encuentro real con el otro. Es decir: este encuentro con lo real del otro hace posible una aceptación mutua que funda el acuerdo que se necesita concretizar. Es deseable que esto se haga posible en una Universidad Católica y más, es la misión y razón de ser de una Universidad católica, sobre todo en estos momentos en que Chile está teniendo la experiencia de “terremotos morales” en diversas áreas de su vida pública y privada, incluso eclesial.
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