“PASTORES QUE GUIAN CON EL EJEMPLO Y CON LA VERDAD”

“PASTORES QUE GUIAN CON EL EJEMPLO Y CON LA VERDAD”



DOMINGO 31 del Tiempo Ordinario - Ciclo "A" - 30 de Octubre de 2011 - Las Lecturas de hoy se refieren muy especialmente a aquéllos que tienen responsabilidad dentro de la Iglesia, quienes con su ejemplo y su predicación deben guiar al pueblo de Dios.

La Primera Lectura del Profeta Malaquías (Ml. 1, 14; 2, 2,8-10) es una dura advertencia a los Sacerdotes de esa época por su mal comportamiento y por la predicación de falsas doctrinas: “Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley; han anulado la alianza que hice con la tribu sacerdotal de Leví ... no han seguido mi camino y han aplicado la ley con parcialidad”. Luego en el Evangelio (Mt. 23, 1-12), Jesús hace algo parecido, criticando a un grupo religioso de su época, el de los Fariseos, cuyo objetivo era la práctica de la ley de Moisés en la forma más estricta y detallada. La crítica del Señor se basaba sobre todo en que ellos mismos no cumplían lo que exigían cumplir a otros, por lo que el Señor los llamó “hipócritas”. Es por ello que hoy día en el lenguaje coloquial religioso el término “fariseo” ha venido a ser considerado sinónimo de “hipócrita”. El Evangelio de hoy trae una frase que llama la atención, la cual es importante aclarar: “A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre Celestial”.

¿Por qué, entonces, los católicos llamamos “Padre” al Sacerdote? Es una pregunta y un ataque que formulan los enemigos de la Iglesia a nosotros los católicos. Y la respuesta es que llamamos así a los Sacerdotes por lo mismo que llamamos “maestro” al que enseña y por lo mismo que llamamos “guía” al que orienta o dirige. En realidad usamos esos nombres porque no tiene nada de malo hacerlo y porque Jesucristo realmente no prohibió que lo hiciéramos. Lo que sucede es que al aislar la frase y sacarla fuera de contexto parecería que no puede llamarse a nadie ni “padre”, ni “maestro”, ni “guía”. Si eso fuera cierto no pudiéramos llamar a nuestro progenitor “padre”. Ese es el sentido material de la palabra “padre”: progenitor. Cuando llamamos a los Sacerdotes, “Padre” el vocablo tiene un sentido espiritual. Y el mismo Jesús utiliza la palabra “padre” en ese sentido espiritual para referirse a alguien que no es Dios Padre. En la parábola del rico y el pobre Lázaro, Jesús pone en la boca del rico esta exclamación: “Padre Abraham, ten piedad de mí” (Lc. 16, 24). De allí que haya que ver todo el contexto de este trozo del Evangelio, para podernos dar cuenta que lo que quiere prohibir el Señor no es el uso de las palabras “Maestro”, “Padre” y “Guía”, sino la actitud de superioridad con relación al prójimo. Para poder entender lo que quiere decir este pasaje bíblico no hay que quedarse con lo que significan estas palabras, sino con el sentido de todo el pasaje, en el que lo más importante es el llamado a la humildad de parte de los que tienen esas funciones. A esta actitud de humildad que el Señor reclama, hay que añadir el amor y la entrega generosa por los demás de que nos habla San Pablo en la Segunda Lectura (1 Tes. 2, 7-9. 13). Aquí vemos cuál es el trato que el Apóstol ha dado a aquéllos a quienes sirve. Más allá del servicio, les habla de una ternura maternal y hasta de entregar la propia vida por ellos.

Sólo Dios es perfecto; sólo Jesús fue Maestro perfecto, pues era Dios. Todos los seres humanos podemos errar, por lo que los maestros humanos pueden ser imperfectos en sus enseñanzas y mucho más en sus obras. “Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover”. Los Fariseos ponían cargas pesadas e insoportables a los demás, y ellos mismos no las cumplían. No hagamos nosotros igual. Pero también al pensar en las cargas, recordemos lo que nos dice Jesús: “Mi yugo es suave y mi carga es llevadera” (Mt. 11, 30). Y es llevadera y dulce nuestra carga, pues Jesús la comparte con nosotros. Jesús nos ayuda a llevarla. El tuvo al Cireneo que le ayudó a llevar su cruz. Y ¡qué mejor Cireneo que el nuestro! Es Jesús mismo quien viene a ayudarnos, cuando le entregamos a El nuestras cargas. Por otro lado, ¡cuántas veces cargamos a nuestro prójimo con nuestras cargas, a veces reales, a veces inventadas por nosotros mismos! Pero debemos saber que Dios desea que nosotros no carguemos de peso a los demás, sino que más bien les ayudemos a llevar sus cargas.

“Todo lo hacen para que los vea la gente”. Cuando oímos hablar de los fariseos y recordamos cómo el Señor los acusó y los fustigó, nos parece que son personajes lejanos en el tiempo y que nada tienen que ver con nuestra manera de proceder. Hasta podríamos pensar: ¿para qué están en los Evangelios y para qué nos ponen en las Liturgia todos estos regaños que el Señor le da a los fariseos? La crítica del Señor se basaba sobre todo en que ellos mismos no cumplían lo que exigían cumplir a otros, por lo que Jesús los llamó “hipócritas”. Es por ello que hoy día en el lenguaje coloquial religioso el término “fariseo” ha venido a ser considerado sinónimo de “hipócrita”. Pero... ¿nos hemos puesto a pensar que también nosotros a veces somos como los fariseos? La hipocresía es uno de los defectos que nos permitimos a nosotros mismos, casi sin darnos cuenta. La hipocresía, la cual vemos tan repugnante, es doblez y falta de rectitud de intención. El doblez (¿o la doblez?), es decir, el tener dos caras, es más frecuente de lo que creemos o nos damos cuenta. ¿Nos hemos detenido a pensar que hipocresía es también hacer las cosas con intenciones escondidas o distintas a las que mostramos? ¿Nos damos cuenta que a veces somos hipócritas hasta con Dios? ¡Y esa actitud la consideramos como un derecho adquirido! Está tan arraigada a veces en nuestra manera de proceder que ya ni nos damos cuenta de que es un defecto, porque nos sale de manera demasiado espontánea. Pero esa actitud es totalmente contraria a la pureza de corazón, que Jesús nos pide: Bienaventurados los de corazón puro... (Mt. 5, 8) La advertencia de Jesús nuestro Señor es bien clara: “Si vuestra santidad no es mayor que la de los maestros de la Ley y los Fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 20).





(*) Estudiante de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule

Colectivo Cultural Jorge Yáñez Olave.
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