¡EL REINO DE DIOS ES INTERIOR E HISTÓRICO!

¡EL REINO DE DIOS ES INTERIOR E HISTÓRICO!

DOMINGO 17 del Tiempo Ordinario - Ciclo "A" - 24 de Julio de 2011 - Hoy el Evangelio de San Mateo nuevamente nos trae tres parábolas: la del Tesoro escondido, la de la Perla fina y la de la Red de pescar. Y Jesús usa esas tres cosas para explicarnos el significado del Reino de los Cielos y su importancia. (Mt. 13, 44- 52).

Son muchas las veces que Jesús nos habla en el Evangelio del “Reino de Dios”, del “Reino de los Cielos”. Y, además ¡cuántas veces hemos repetido esa frase del Padre Nuestro “venga a nosotros tu Reino”! Quiere decir, entonces, que es importante entender qué es el “Reino de los Cielos”. Veamos primero la última de las tres parábolas, la de la Red de pescar. Es una parábola escatológica, que se refiere a lo mismo que veíamos el Domingo pasado sobre el trigo y la cizaña; es decir, a que en esta vida convivimos buenos y malos, para luego, al final, quedar divididos: unos para la salvación eterna y otros para el Infierno. La “pesca” es un símbolo preferencial sobre lo que es la misión de la Iglesia, que es misión de todos los que formamos la Iglesia: pescar gente. Recordemos lo que Jesús le dijo a Pedro y a su hermano Andrés cuando, estando ellos echando sus redes en el Lago de Galilea los llamó para que lo siguieran, diciéndoles: “Síganme y los haré pescadores de hombres” (Mt. 4, 18-19). Y en esa pesca viene toda clase de gente: unos se van, otros se quedan, unos son muy pecadores, otros menos pecadores, unos se salvan unos se condenan. Esta parábola, entonces, también nos recuerda cómo es la Iglesia: santa porque su fundador es Santo y su misión es santificar a todos, pero también es pecadora, porque los que formamos parte de ella somos pecadores. Al final, cuando Jesús vuelva como Juez, separará a unos de otros, los buenos irán al Cielo y los malos serán “echados al horno ardiente, donde habrá llanto y desesperación”. En el caso de la Parábola del Tesoro escondido y la de la Perla fina, ambas plantean cuán valioso es el Reino de los Cielos si se compara con otras riquezas. En el primer caso, se trata de un tesoro que alguien encuentra y, “lleno de alegría, vende todo lo que tiene”, para poder comprar ese terreno. La segunda parábola cuenta que un comerciante de perlas finas encuentra “una perla muy valiosa” y, entonces, va y vende todo lo que tiene para comprarla. Como vemos, ambas comparaciones dadas por el Señor nos indican la superioridad que tiene el Reino de los Cielos frente a cualquier otra cosa, y nos hace ver la actitud que tiene quien lo llega a descubrir: se propone adquirirlo a cualquier costo, vende todo lo que tiene, para poder lograr tener lo que verdaderamente vale.
El Reino de los Cielos es, ciertamente, la presencia de Cristo en medio de nosotros y el anuncio de su mensaje de salvación. Pero la salvación que El nos vino a traer se completa en la eternidad cuando lleguemos a participar de la plenitud de la presencia de Dios en el Cielo. ¿Qué significa “vender todo”? Es otra forma de decir: “Amar a Dios sobre todas las cosas”. San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura de Romanos (Rom. 8,28-30) la salvación a que hemos sido llamados. El designio salvador de Dios consiste en que reproduzcamos en nosotros la imagen de Cristo Jesús. El Reino se construye con Cristo y es el mismo Cristo en nosotros. “Busquen primero el Reino de Dios y lo demás les vendrá por añadidura” (Mt. 6, 33) La añadidura es obra de Dios y parte del Reino que está en la historia y estará en la eternidad.

La Primera Lectura del Primer Libro de los Reyes (1 Re 3.5.7-12) nos trae un personaje que entendió esto y pudo vivir lo que significa esto de lo primero y la añadidura. Se trata Salomón que le pidió a Dios sabiduría para gobernar a Israel. Y resulta muy interesante ver que cuando Dios le dice a Salomón que le pida lo que quiere, Salomón no le pide la “añadidura”, sino que le pide “sabiduría de corazón, para poder distinguir entre el bien y el mal”, y así poder cumplir con la misión que Dios le había encomendado, que era gobernar al pueblo de Israel. Nos dice la Escritura que “al Señor le agradó que Salomón le hubiera pedido esto y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de sus enemigos”. Y por eso le otorgó no sólo lo que le pidió, sino que también le dio la añadidura: “Te voy a conceder”, Dios le dijo, “lo que me has pedido y también lo que no me has pedido: tanta gloria y riqueza que no habrá rey que se pueda comparar contigo”. Y así fue. Necesitamos la añadidura, pero primero está el Reino de Dios y su Justicia. Siempre se dará la añadidura, porque también la necesitamos.
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