LA EUCARISTÍA, TRANSFORMA LA HISTORIA DE CADA CREYENTE Y DE LA HUMANIDAD.

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo - Ciclo "A" - domingo 26 de junio de 2011 - Jesucristo murió, resucitó y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre. Pero también permanece en la hostia consagrada, en todos los sagrarios del mundo. Es decir permanece en la historia que se hace salvación. Y allí, en el sagrario, está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida integral. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi.

La Eucaristía es el Regalo más grande que Jesús nos ha dejado, pues es el Regalo de su Presencia viva entre los hombres. Al estar presente en la Eucaristía, Jesucristo ha realizado el milagro de irse y de quedarse. Es tan real la presencia de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero en la Eucaristía, que cuando recibimos la hostia consagrada no recibimos un mero símbolo, o un simple trozo de pan bendito, o nada más la hostia consagrada -como podría parecer- sino que es Jesucristo mismo penetrando todo nuestro ser: Su Humanidad y Su Divinidad entran a nuestra humanidad -cuerpo, alma y espíritu- para dar a nuestra vida, Su Vida, para dar a nuestra oscuridad, Su Luz. Esto no se queda en nuestra intimidad, es la fuente de nuestra construcción histórica, de nuestro amor al Otro que vive con nosotros.

Nuestro ser terreno necesita de ese alimento espiritual que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Así como necesitamos del alimento material para nutrir nuestra vida corporal, así nuestra vida espiritual requiere de la Sagrada Comunión para renovar, conservar y hacer crecer la Gracia que recibimos en el Bautismo, gracia que es la semilla de nuestra vida integral. “Quien come Mi Carne y bebe Mi Sangre permanece en Mí y Yo en él” (Jn.6, 56.) Es así como, recibiendo a Jesucristo en la Eucaristía, dice el Señor a Santa Catalina de Siena, “... el alma está en Mí y Yo en ella. Como el pez que está en el mar y el mar en el pez, así estoy Yo en el alma y ella en Mí, Mar de Paz...” (cf. “El Diálogo”). El misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo es un misterio de Amor, pues la presencia viva de Jesucristo en la hostia consagrada es muestra del infinito Amor de Dios por nosotros, Sus criaturas, pues en la Eucaristía se hace presente nuevamente el sacrificio de Cristo en la cruz, es decir, Su entrega de Amor por nosotros los hombres. Toda la creación es tocada por este misterio de Dios.

Recordemos que Dios Padre nos entregó a su Hijo para pagar nuestro rescate, para redimirnos. Y esa entrega del Hijo de Dios por nosotros los hombres, se renueva en cada Eucaristía. Es así como, al recibir a Jesucristo, todo Dios y todo Hombre en la Sagrada Comunión, recibimos Su Amor, y en virtud de esto somos templos del Amor Divino y testigos de ese Amor, para compartirlo con los demás y prodigarlo a todos. Pero para que se realice en nosotros y a través nuestro el contenido del Misterio Eucarístico es necesario recibir el Sacramento del Cuerpo de Cristo en estado de gracia. La gracia es un regalo sobrenatural dado por Dios para ayudarnos en el camino que nos lleva al Cielo. Este camino pasa por la historia, no se queda oculto en un intimismo alienante y anti-temporal.

“La gracia de esta comunión, Señor, penetre en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, lo que mueva nuestra vida”. Siendo así, nuestra vida humana podrá entonces participar de su Vida Divina, de manera que sea El y no nuestro “yo” el principio que guíe nuestra existencia comunitaria. El sacrificio de Cristo en la Cruz siempre está presente ante el Padre Celestial, porque Dios vive en un eterno presente. Entonces el sacrificio de Cristo en la Cruz, que la Trinidad vive de manera perenne, se nos hace presente en nuestro tiempo y lugar, cada vez que estamos en Misa y la vivimos en el mundo. En realidad hay una sola Liturgia Eucarística eterna, hay una sola Misa, y ésta tiene lugar en el Cielo y en la Tierra de manera continua… todo el tiempo. Cristo nos lleva a la presencia del Padre, caminando con nosotros, encarnado en nuestra humanidad, para que nuestra historia se encuentre con la eternidad (cf. Hb. 10, 19-21). No estamos solamente asistiendo a Misa, estamos unidos con Cielo y tierra celebrando esa única Liturgia eterna. La Comunión no consiste solamente en que recibimos la Hostia Consagrada, sino en que recibimos ¡una Persona! ¡Que es Dios! Y esa Persona-Dios quiere unirse íntimamente con quien lo recibe. Recibir la Comunión significa entrar en unión. No significa nada más que Jesús viene a nosotros: implica una relación de unión. Por tanto, ese deseo de Cristo unirse a nosotros requiere nuestra respuesta: debemos darnos a Él como El se da a nosotros. Y nos damos a Cristo, cuando nos damos a los demás. Sin un amor efectivo al Otro, no hay autenticidad cristiana, sino otra alienación más.

Uno de los Padres de la Iglesia, San Cirilo de Jerusalén, nos regala una imagen eucarística que puede ayudarnos a apreciar y tomar conciencia de lo que significa Comunión: si vertimos cera derretida sobre cera derretida, una inter-penetra a la otra de manera perfecta. Se parece a la unión de Cristo con nosotros y de nosotros en Cristo cuando comulgamos. Un fruto de esta comunión es una convivencia fraternal. La construcción de una “Poli Cristiana”, donde la política es un servicio, un acto de amor, es el camino de la Eucaristía que nutre la vida civil del cristiano. Porque un “cristianismo individualista” es una superstición más.

(*) Estudiante de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule

Colectivo Cultural Jorge Yáñez Olave.
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