LA RESURRECCIÓN EN LA MUERTA.

La resurrección en la muerte.
[Magisterio de Benedicto XII. De la Constitución Benedictus Deus, de 29 de enero de 1330] Por esta constitución que ha de valer para siempre, por autoridad apostólica definimos que, según la común ordenación de Dios, las almas de todos los santos que salieron de este mundo antes de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, así como las de los santos Apóstoles, mártires, confesores, vírgenes, y de los otros fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo, en los que no había nada que purgar al salir de este mundo, ni habrá cuando salgan igualmente en lo futuro, o si entonces lo hubo o habrá luego algo purgable en ellos, cuando después de su muerte se hubieren purgado; y que las almas de los niños renacidos por el mismo bautismo de Cristo o de los que han de ser bautizados, cuando hubieren sido bautizados, que mueren antes del uso del libre albedrío, inmediatamente después de su muerte o de la dicha purgación los que necesitaren de ella, aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio universal, después de la ascensión del Salvador Señor nuestro Jesucristo al cielo, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celeste con Cristo, agregadas a la compañía de los santos ángeles, y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con visión intuitiva y también cara a cara, sin mediación de criatura alguna que tenga razón de objeto visto, sino por mostrárseles la divina esencia de modo inmediato y desnudo, clara y patentemente, y que viéndola así gozan de la misma divina esencia y que, por tal visión y fruición, las almas de los que salieron de este mundo son verdaderamente bienaventuradas y tienen vida y descanso eterno, y también las de aquellos que después saldrán de este mundo, verán la misma divina esencia y gozarán de ella antes del juicio universal; y que esta visión de la divina esencia y la fruición de ella suprime en ellos los actos de fe y esperanza, en cuanto la fe y la esperanza son propias virtudes teológicas; y que una vez hubiere sido o será iniciada esta visión intuitiva y cara a cara y la fruición en ellos, la misma visión y fruición es continua sin intermisión alguna de dicha visión y fruición, y se continuará hasta el juicio final y desde entonces hasta la eternidad. Definimos además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son atormentados con penas infernales, y que no obstante en el día del juicio todos los hombres comparecerán con sus cuerpos ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propios actos, a fin de que cada uno reciba lo propio de su cuerpo, tal como se portó, bien o mal [2 Cor. 5, 10].
El cristianismo afirma que después de la muerte está la vida. La muerte no es una mera separación del cuerpo y el alma. La historia terrestre del muerto, no desaparece, es su identidad que continua en la eternidad. Si ahora somos miembros del cuerpo de Cristo, lo seguimos siendo después de la muerte. Cristo venció a la muerte y da la vida eterna a cada fiel que traspasa el límite de la muerte. Purifica en su amor al fallecido que lo necesita, es el estado del purgatorio, que es una maduración y purificación para alcanzar la plenitud en Dios. El fiel muerto vive en la resurrección del Señor. Es decir de muerto pasa a ser un resucitado que se encuentra definitivamente con el Señor. Más allá del tiempo y el espacio no existe la lógica de nuestro mundo que habla de un antes y un después. El juicio particular no está separado del juicio universal ni de la parusía. Por esto nuestra muerte con todo su drama, es un acontecimiento clave de nuestra vida. Nos define para siempre. Hace posible que se pueda cerrar lo que somos o hemos sido. Sin nuestra muerte no se podría terminar de definir nuestra libertad, lo que hemos decidido libremente hacer con nuestra vida.
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    Presentación

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